Viajar

Desde pequeña mi sueño era pasar la vida viajando. Transportarme a otros lugares, otras culturas; conocer otras gentes… No sé en qué medida hasta el día de hoy he completado mi sueño. Cuanto menos he disfrutado de lo visto y lo vivido. Y amenazo con seguir viajando.
 
Viajar es abrir la mente. Permite conocerte mejor, si viajas sola; y conocer mejor a tus compañeros de viaje, si vas acompañada. Los viajes aportan las luces y las sombras que le faltan a nuestro paisaje personal. Sobre todo si vamos lejos podemos darnos cuenta de nuestra realidad. Si no nos movemos de un pequeño entorno, viviremos una vida subjetiva; lo cual no sé si es bueno o malo. En cualquier caso me parece más enriquecedor y objetivo tener otros referentes.
 
Viajar, también es recordar, cuando lo hacemos hacía el pasado. A veces es beneficioso dejar atrás el pasado, incluso puede ser necesario olvidar cosas. Pero no creo que los recuerdos deban desecharse para siempre, entre otros motivos porque somos seres con memoria y ésta no nos lo permitiría. Nuestra mente es esa alhacena que nos permite ir guardando todos los frutos de nuestra cosecha vital. Los buenos recuerdos están ahí casi siempre, pero sobre todo cuando estamos más débiles son como vitaminas para impulsarnos a levantarnos y pensar que si hemos sido capaces de viajar a través de esas buenas experiencias ¿por qué no podemos volverlo a repetir?
 
Los recuerdos dolorosos, aunque te parezca que están perdonados y olvidados, están en la fresquera; conservados hasta que estés lista para enfrentarlos de verdad, lista para echar fuera esa carga, quedar libre del dolor y mirarlos como una experiencia que ha aportado algo en tu vida. Todos los recuerdos tienen un propósito, pero hay que saber utilizarlos.
 
Viajar en el presente se resume en la palabra hoy. Vivir el hoy significa que el ayer ya se fue y de nada sirve querer cambiar el pasado porque es eso, pasado. Lo mismo pasa con el mañana, es futuro. Esto no significa que tengamos que permanecer inmóviles en el presente, si no todo lo contrario. Tenemos que viajar cada día en nuestro presente porque éste reorganiza el pasado; pero sobre todo, dependiendo de cómo vivamos nuestro presente así se planteará nuestro futuro.
 
El viaje más doloroso es el viaje a ninguna parte. Es ese viaje extraviado en el que andamos perdidas. Es el viaje de la desesperación, de la confusión. Y sobre todo es agotador porque lo único que haces es dar vueltas alrededor de ti misma. Si alguna vez te has montado en los coches de choque de la feria entenderás cómo es este viaje. Avanzas sin sentido y lo único que logras es hacer círculos. De repente otro coche viene, choca contigo y te cambia la dirección; pero vuelves a hacer círculos. Posiblemente pases un buen rato, pero en definitiva lo que te está sucediendo es que no vas a ningún lado y recibes golpes por todas partes.
 
El viaje más placentero es el viaje hacia el infinito, hacia lo eterno. Sentarte a contemplar el paisaje, perder tu mirada en el horizonte y poder comprobar que no hay límites. Comprobar que cualquier viaje es posible, sólo tienes que proponértelo en tu mente.
 
Lourdes Otero

Tags:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Periodismo
Constructivo