Vergüenza y desconcierto ante la corrupción

 

Manuel BellidoVergüenza y desconcierto es lo que se  prueba escuchando el incesante goteo de noticias de los casos de corrupción que están aflorando en Andalucía.  Escándalos que muestran como el desprecio al derecho, a la moralidad y a la ley allana el camino a la malversación y al fenómeno desenfrenado de la corrupción.  El aflorar de estos casos  de corrupción envenena a esa parte de la sociedad honrada que paga religiosamente sus impuestos y que con fatiga llega a final de mes haciéndoles sentir desesperanza e  impotencia. Para muchos ciudadanos, y así lo reflejan las encuestas, buena parte de la casta política es un cristal que se está partiendo día a día en muchos pedazos, en fragmentos cada vez más pequeños.

El caso de los falsos ERE está impactando como  una inmensa ola de fango que todo lo ensucia y que, evidentemente, esconde una falta de valores y principios que dan miedo.

Sin duda la cuestión moral está al centro del problema. La corrupción es una planta venenosa que invade  la política, la economía y la sociedad y que tiene sus raíces en el corazón avaro y egoísta de algunos hombres.  El caso de los ERE falsos llama la atención por las desorbitadas cantidades de dinero que ha ido moviendo, pero, se trate de casos tan escandaloso como este o de las pequeñas  corruptelas que serpentean a diario en las instituciones, en los centros de poder político o en cualquier otros nivel de la vida social, la gravedad moral es la misma.

Otra consideración que no se puede obviar es que la corrupción no sería posible sin una difusa complicidad. No siempre la sociedad sabe o quiere reaccionar, indignarse, exigir ante la justicia y castigar en las urnas. La percepción de la corrupción, del  despilfarro, de la mentira y del abuso institucional parece no pesar significativamente, sobre todo en la postura  de las militancias a las que a menudo escuchamos defender visceralmente  lo indefendible, sin un mínimo de objetividad.  Para otros muchos la reacción se reduce a preocupación, miedo, perplejidad y sensación de impotencia. Tenía razón  Albert Einstein: “el mundo es ese desastre que veis, no tanto por los actos que lleva a cabo la delincuencia organizada, sino por la inercia y la pasividad de los justos que se dan cuenta pero se quedan impasiblemente mirando sin hacer nada”

La corrupción no es un fenómeno nacido recientemente. A lo largo de la historia se ha usado como último recurso por todos esos individuos, ineptos e incompetentes,   incapaces de obtener lo que quieren con el esfuerzo y el talento, que optan por el camino de la desvergüenza.

Se mire como se mire, estos casos de corrupción están amenazando el prestigio y la credibilidad de las instituciones y de toda la clase política, también de la honrada. Estos hechos están contaminando y distorsionando la economía, sustrayendo recursos destinados al bien de la comunidad, carcomiendo el sentido cívico y la cultura democrática.

Cuando los políticos transgreden, una sociedad pierde sus contenciones, queda sencillamente expuesta al tsunami  de las pasiones personales de riqueza y poder, de intereses puramente egoístas, de decisiones excluyentemente partidistas. No podemos consentir nunca más que esta tierra quede  a la intemperie institucional y moral.

Manuel Bellido

 

 

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