El latifundio mediático

Susana MuñozSusana Muñoz

El escándalo de News of The World ha destapado las malas praxis que en el mundo del periodismo existen. La apuesta del magnate Rupert Murdoch por prácticas irregulares para conseguir exclusivas con el único objetivo de aumentar sus ventas ha terminado por reventar. Pero, aunque ahora todos rivalicen en mostrar su más enérgica oposición y su desconocimiento sobre semejantes modos de trabajo, no es menos cierto que muchos eran los que miraban hacia otro lado, empezando por políticos y periodistas y continuando con la propia opinión pública, que durante años multiplicó las ventas del tabloide inglés.
 
España, por fortuna, carece de este tipo de prensa escrita amarilla, aunque el ejercicio del periodismo sin escrúpulos, ni conciencia, se ejerce por otras vías (sólo hay que ver la parrilla televisiva). En ambos casos, el problema es el mismo: ¿dónde se sitúa la línea que separa la protección al honor, la libertad de la información y el derecho de los ciudadanos a recibir una información libre en el que se ampara? La respuesta es indudable, como afirma Elsa González, presidenta de la FAPE (Federación de Asociaciones de Periodistas de España): “Ni  la primicia, ni la audiencia son excusas para actuar sin escrúpulos, especialmente cuando se trata de un profesional de la información del que se espera la verdad. Y la crisis de los medios no se resuelve con un periodismo sin calidad, sino con todo lo contrario. Es el valor añadido que debe ofrecer este oficio”.
 
En efecto, la cuestión es saber dónde están los límites de la ética de los creadores de opinión y sobre todo tener claro que la autorregulación responsable es el gran reto al que nos enfrentamos periodistas y medios a diario (a mi juicio, nuestro auténtico compromiso con la sociedad). Pero son muchos los peligros que nos acechan: la deshumanización de la profesión, la primacía de las cuentas de resultados sobre la calidad de la información, las reducciones permanentes de las redacciones y, cada vez más, las prácticas políticas ejercidas para limitar el papel del periodista (#sinpreguntasnocobertura). 
 
Pero sobre todos ellos se sitúa como el más acuciante la actual concentración de medios, el latifundio mediático que nos presiona. Por desgracia, el caso Murdoch no es novedoso, ni en la forma, ni en el fondo. Sólo hay que echar un vistazo a la historia de la prensa hasta encontrar a William Randolph Hearst (1863-1951), periodista y magnate estadounidense, conocido por ser uno de los promotores de la prensa amarilla, en quien el gran Orson Welles se inspiró para crear Ciudadano Kane.
Hearst -que rivalizó con Joseph Pulitzer- inventó la prensa sensacionalista, una mezcla de titulares incendiarios, alejados de la neutralidad y el rigor periodístico, que tenían como único objetivo la venta de la mayor tirada posible, prescindiendo de la veracidad u objetividad de los datos. Su poder era tan omnímodo que prácticamente nadie era capaz de enfrentarse a sus publicaciones. Una de sus máximas más conocidas era “I make news”: “Fabrico noticias”. Recordado particularmente por alimentar el incidente de la Guerra de Cuba de 1898 -una escalada creciente de tensión diplomática entre España y EEUU a causa de la situación de Cuba, colonia española-, fue acusado de xenófobo, pronazi y partidario de la caza de brujas. Al mismo tiempo, impulsó la historieta moderna, gracias a su astucia y visión comercial.
 
Millonario comprador compulsivo, fue el primero en demostrar que la prensa podía ser un terrible cuarto poder con tentáculos que la unían a la política y los negocios. Sólo Welles se atrevió a llevar al cine sus excesos en Ciudadano Kane y sólo la Gran Depresión (que afectó seriamente a los negocios de Hearst, mermando su portentoso poder) evitó que boicoteara la película, tan crítica con su figura. Hoy podemos disfrutar de ella y tal vez sería un buen momento para volverla a ver y recapacitar.
 
Susana Muñoz

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Galeras encalladas

Encallado en el lodo de la burocracia y la falta de diálogo. Así se encuentra, a fecha de cierre de este artículo, el proyecto de rehabilitación de las Atarazanas Reales de Sevilla y su uso para la ubicación del CaixaForum Sevilla. Y si preocupante es que el proyecto del arquitecto Guillermo Vázquez Consuegra se encuentre anclado en las aguas de la tramitación burocrática y la autorización para el inicio de las obras, más grave es la falta de diálogo que tanto éste como la entidad financiera que ha posibilitado el proyecto (Obra Social La Caixa) están demostrando ante la propuesta de modificación del mismo, realizada hace escasas fechas por la Fundación Museo Atarazanas.
 
El proyecto ‘Galea Magna Atarazanas’, presentado como complementario, promueve la recuperación de los Astilleros Medievales de Sevilla en tres de las siete naves que sobreviven en la actualidad y que no serán utilizadas por el nuevo enclave cultural. Para ello, se propone rebajar la cota del edificio en cinco metros y medio y recuperar la volumetría inicial del edificio, a fin de recrear en este espacio el proceso de construcción de las galeras medievales y posibilitar el estudio de los riquísimos restos que esto sacaría a la luz.
 
La negativa inicial de Vázquez Consuegra y La Caixa, argumentando que la propuesta complementaria es incompatible con el ‘alma’ del CaixaForum, es cuanto menos sorprendente, dada la experiencia y sensibilidad que han demostrado previamente, al tiempo que dice muy poco en favor de ambos. Las características del proyecto Galea Magna no pueden más que sumar al CaixaForum Sevilla, jamás restar, y esto es algo que no parecen haber entendido. Y lo que es más importante, las Reales Atarazanas de Sevilla no pueden ser jamás un ‘vestíbulo de paso’ de un contenedor cultural, como es el modelo CaixaForum, porque la singularidad del de Sevilla radica precisamente en el magnífico enclave en el que se ubicará.
 
Al tiempo, pone sobre la mesa diversas cuestiones. De un lado, si la fórmula adoptada por la Administración andaluza que -recordemos- cedió el edificio histórico como bien demanial por un período de 75 años a la Obra Social La Caixa era la más conveniente para el enclave. Y ello teniendo en cuenta que el objetivo primordial ha debido ser siempre rehabilitar íntegramente las Reales Atarazanas y que es la Administración quien debe velar y salvaguardar de la degradación a un edificio Bien de Interés Cultural, catalogado como Monumento nacional desde 1969 y propuesto para ser catalogado como Bien Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO http://es.wikipedia.org/wiki/­Atarazanas_Reales_de_Sevilla). Una garantía ésta que no se aseguraba expresamente en el acuerdo firmado entre ambos en marzo de 2009.
 
Por otro lado, es cierto que sólo la aparición de la entidad financiera sacó del ostracismo y la degradación a este magnífico lugar, pero no es menos cierto que la Fundación Museo Atarazanas nació única y exclusivamente con el objetivo expreso de preservar este patrimonio de gran valor histórico y monumental y que ha luchado mucho para ello, impulsando a la Junta de Andalucía a sacar a concurso la puesta en valor de las Reales Atarazanas, abandonadas durante lustros.
 
En esta falta de entendimiento hay varios elementos esenciales, a mi juicio: el principal, la financiación del ‘Galea Magna Atarazanas’ (entre 5 y 8 millones de euros); de otro, la indefinición de la Administración pública que se encuentra entre dos cuerdas; el ego de algunos de los actores implicados; y finalmente, la pasividad de la ciudadanía sevillana. El diálogo es absolutamente necesario para resolver este conflicto, pero la implicación de la ciudadanía mucho más. No podemos permanecer impasibles mientras nuestro patrimonio y nuestra historia se van difuminando con el paso del tiempo. La rehabilitación conjunta de la Iglesia de El Salvador debe servirnos de ejemplo.
 
Susana Muñoz

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