Ética y periodismo

Hace pocos días terminé la lectura del libro de Iñaki Gabilondo ‘El fin de una época’. Sus reflexiones han sido un reencuentro con mi vocación y principios profesionales, al tiempo que una cruda visión de las heridas abiertas en el periodismo actual. La profesión atraviesa una profunda crisis -lo demuestran los casi 4.000 puestos de trabajo perdidos desde 2008- y al tiempo está inmersa en una serie de vertiginosos cambios económicos y tecnológicos, que en consecuencia y a mi juicio, están desmantelando la esencia de la profesión.
 
Las empresas del sector, lejos de primar la calidad de la información y el bagaje profesional, centran hoy sus aspiraciones casi en exclusiva en mantener saneada su cuenta de resultados, obsesionadas al tiempo con el desarrollo de la comunicación 2.0. Este nuevo marco no sólo cuestiona y apremia la formación de los profesionales de la información para adaptarla a los nuevos perfiles profesionales, sino que está convulsionando a un sector que está olvidando sus principios rectores. Y estos son (ahí es nada) el servicio a la ciudadanía y la ética profesional, que deben mantenerse inamovibles como requisitos transversales e imprescindibles, sea cual sea el soporte físico o tecnológico que se utilice para ejercer la profesión y el contexto político, social y económico en el que se desarrolle.
 
Quienes llevamos ya algunos años dedicados al Periodismo vemos con tristeza y desazón como esos inmaculados principios tropiezan de manera constante con diversos inconvenientes hasta acabar hechos añicos. El apremio temporal cae como una losa sobre la cabeza de los profesionales de este país, una circunstancia habitual en la profesión, que se ha visto incrementada por la escasez de recursos humanos y la urgencia que las nuevas fórmulas comunicativas están generando. Su consecuencia más inmediata es la falta de rigor y profundidad en las informaciones que se ofrecen, que acaban por dejar a un lado la imprescindible norma de contrastar las fuentes y los datos, abriendo la puerta de par en par a la rumorología y haciendo saltar por los aires el prestigio de la profesión, en manos del “tú también puedes ser periodista”. La realidad actual -como recuerda Gabilondo- es que los medios están convirtiéndose, cada vez más, en portavoces oficiosos de titulares “interesados” procedentes de fuentes que hacen innecesaria la tarea de la acción periodística. El producto final es un enjambre de noticias vacías de contenido que, lejos de profundizar, se quedan en la superficie, empobreciendo al mismo tiempo el uso del lenguaje, mediante la estandarización de usos y recursos.
 
A ello se une la implantación de peligrosas prácticas -orquestadas fundamentalmente desde el mundo de la política-, como las ruedas de prensa sin preguntas, una tendencia que denota un claro abuso de poder. Así como las maniobras de determinados personajes insertados en el mundo del periodismo que pasan por encima de cualquier principio moral para defender sus posturas apocalípticas, en estos tiempos de grave crisis económica. “El Apocalipsis -como apunta Gabilondo-, en efecto, está muy de moda. A él se llega a veces de manera involuntaria, como consecuencia de la propia intensidad de la información. Pero existen verdaderos apóstoles de la catástrofe, auténticos mensajeros del medio que tratan de hacerse sitio a base de gritos”.
 
Ante estas circunstancias, la cuestión es saber si la sociedad puede permitirse minar la voz del periodista. Yo me debato en mi propio quehacer diario buscando las luces que iluminen mi horizonte y opto por mantener mis raíces vocacionales y, parafraseando a mi añorado Gabilondo, quiero pensar que “se elige esta profesión porque te importa el otro, tu semejante, y porque quieres hacer algo que sirva a la sociedad. Si no son ésas las razones, entonces es un oficio muy mal elegido”.
 
Susana Muñoz

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