Mujer tenía que ser

Isa García

Lo confieso. Aparco rematadamente mal. Es un dato objetivo, y si no que se lo pregunten a cualquiera que me haya visto en dichos menesteres. Es un dato tan objetivo como que mi madre o mi mejor amiga serían capaces de aparcar un todoterreno en 15 segundos y con dos golpes de volante, o como que para mi padre la distancia de seguridad consiste en pegar el morro al culo del que le precede. ¿Qué quiero decir con esto? Que ya está bien de generalizar y sobre todo ya está bien de escuchar esa burla ofensiva e innecesaria de “mujer al volante, peligro constante”. Ya cansa, es más, aburre.

Porque el mito de la mujer como conductora ha llegado a un punto en el que ha trascendido la categoría de falacia para convertirse en una verdad de muy difícil comprobación, una verdad que muchos dan por cierta a base de repetirse hasta la saciedad. Y mientras tanto las aseguradoras de turno se empeñan en publicar estudios e informes comparando las actitudes de hombres y mujeres al volante y obteniendo conclusiones, fácilmente rebatibles, del tipo: “el 82% de los accidentes mortales están causados por un hombre” o “por cada mujer que rebasa la velocidad máxima en autovía hay dos hombre que hacen lo mismo”. Aunque interpretar estos datos sin tener en cuenta otros factores imposibles de medir sería como participar del juego de quienes dicen aquello de “mujer tenía que ser”, quizá deberían llevar al menos al género masculino a una profunda reflexión: ni nosotras conducimos tan mal, ni ellos tan bien. Y si no siempre me quedará la posibilidad de hacerme con uno de esos coches que anuncian en televisión y que según cuentan aparcan por sí solos. Así quizá no me manden los machitos de turno a lavar platos o invoquen a mi sagrada progenitora.

Isabel García

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