Tres mujeres con historia
A menudo me gusta asomarme a la vida social , aunque una no sea una “fan” de los telediarios , teniendo en cuenta que se han abonado a las sombras tenebrosas de la crisis permanente y a todo lo malo que ocurre en el mundo , una no pierde la esperanza de algo bueno, aunque haya que acuñarlo , pues cuesta pensar que no exista una sola noticia buena que contarnos, con lo que nos hace falta en estos tiempos, pues sólo el oficio de vivir ya tiene su “aquello” y a todas nos está resultando difícil subir las cuestas de enero y febrero aliñadas por esta famosa crisis.
No creo que existan grandes soluciones para nuestros problemas, en otro caso ya lo habrían hecho, pero lo cierto es que “todo el mundo” necesitamos a menudo un pequeño empujón para hacer las cosas y eso es lo que deberían darnos los que mandan, o al menos los que tiene el poder de cambiar las cosas, por favor, ¿podrían darnos algún día noticias motivadoras?
Mientras tanto, os cuento que en estos últimos días, tres mujeres han sido noticia por cuestiones distintas, pero con unas cualidades que comparten: perseverancia y coraje. En realidad entre ellas tienen poco que ver, pero su convicción y decisión las hace aliadas.
Una de ellas tiene una historia triste. Se trata de Ameneh Bahrami, una mujer iraní de 30 años, que un día fue hermosa, hasta que la brutalidad, la inconsciencia o a lo peor, la conciencia equivocada, la cegó y desfiguró con ácido sulfúrico robándole la luz y media vida. Ahora un juez le ha devuelto su derecho a vengarse, pero la historia se deviene aún más triste, cuando el dolor y la soledad han devorado cualquier esperanza de compasión. Ella probablemente ignora que al convertirse en verdugo, aunque con toda la razón del mundo, no conseguirá estar mejor.
La otra historia es de otro signo, me refiero a Hillary Clinton, una perdedora eficaz, pero eficiente, que ha sabido, no sabemos cómo, sobreponerse a historias de becarias espabiladas, frustraciones legislativas -por ejemplo en sanidad- o derrotas preelectorales, hasta convertirse con todo mérito en máxima embajadora oficial, del primer país del mundo, y todo ello sin perder su porte -quizás algo serio- ni su sonrisa, sin duda, bastante forzada, aunque de rictus inteligente. Seguro que lleva a cuestas su pasado y es probable que su justa ambición le permita tanto éxito como el que se desprende de sus convicciones.
El último relato también es de lágrimas, pero de otro signo, son de nuestra Penélope, recogiendo la mayor distinción por su trabajo, un premio a su constancia, coraje y lucha por llegar profesionalmente a lo máximo, con su éxito, además de emocionarnos, nos hace creer que cualquier mujer comprometida, haciendo bien lo que sabe hacer, puede llegar alto, sin importar demasiado su procedencia. Espero que no ignore su humildad, al convertirse en estrella, y contribuya a seguir dándonos alegrías como comediante, que buena falta nos hacen en este mundo tan opaco.