Animales Domésticos

Me fascinan los secretos. De hecho, la gente me los cuenta, aunque no sé si funciono como un imán o despierto la confianza precisa para compartirlos conmigo. ¡No importa! En cualquier caso, los guardo bien.

Animales domésticos es un libro de secretos. De esos que las parejas guardan bajo llave y si de improviso salen a la luz la revientan en mil pedazos. Los que afectan al centro de tu vida terminan destruyéndola por la línea de flotación.

La infidelidad pertenece al capítulo de los grandes secretos; si se tratase de un oráculo con arcanos mayores y menores, la deslealtad amorosa amenazaría con virar el rumbo del destino de norte a sur.

¡Es devastadora! Socava los cimientos del amor y los pilares de la autoestima arrasando todo. No deja títere con cabeza. No obstante, ahí residía mi reto al situar a los personajes al borde del precipicio y forzarles a saltar, porque solo así aprenderían a volar. No hay como empezar un relato con un cataclismo para obligar a las piezas del rompecabezas a encajar capítulo a capítulo.

Animales Domésticos es también una reflexión sobre el morbo, ya que nadie habla de él, aun sintiéndolo. ¿Por qué se oculta si es connatural al ser humano? No solo el sexual, al que la protagonista, Abigail, se enfrenta según explora su propia sexualidad, sino el morbo por conocer lo prohibido, lo oculto, lo que esconde el otro, su lado más oscuro. Me gusta pensar que el lector se interroga por lo que haría él: ¿es mejor no saber?, y si se empieza a averiguar: ¿hasta dónde? ¿Cuándo frenarse? ¿Y qué hacer si se descubre algo que nos lastima, que lacera la esencia de una relación? ¿Comportarse como si nada? ¿Olvidar? ¿Vengarse? ¿Romper el vínculo? Si alguien sostiene que se puede dar la espalda a la infidelidad se equivoca, porque ésta siempre planea sobre una pareja. Siempre.

Abigail es mi mejor personaje. Es una superviviente que no solo responde al ataque sin pensárselo dos veces, sino que lo emprende usando su perversa imaginación. Se siente tan vulnerable como poderosa, y esta actitud resulta contradictoriamente femenina. Su fuerza reside en saber de los demás lo que estos no se imaginan y no encuentra mejor arma que la información íntima de sus “enemigos” para mover los hilos a su antojo. Una mujer así me permitía acercarme al arquetipo de otras muchas: triunfadoras en su trabajo y con demasiada pelusa debajo de su alfombra, porque la súper-mujer paga un peaje en la vida emocional. Mantener una relación exige tiempo y esfuerzo y muchas se lamentan de sacrificarla. Como dice ella: “¿Cómo hacerlo más si la rutina te agota, y te agotan los mil problemas que pospones (…) y te agota excitarte y la obligación de excitarle a él, y te torturas porque te encuentras tan cansada que el orgasmo no llega y te extenúa darte cuenta que después tendrás que ducharte y entonces dormirás media hora menos?”.

Sí, es cierto que las escenas sexuales no tienen ambages. El chiste de que las mujeres vemos películas de cine adulto hasta el final solo para saber si los protagonistas se casan o no, ofende. El sexo es sexo lo relate un hombre o una mujer. La relación entre los protagonistas, Abigail y Fernando, es de alto voltaje porque el sexo representa el lenguaje idóneo: hay personas que hablan mejor desde la piel y en posición horizontal porque gastaron las palabras hace tiempo.

Convertir un thriller psicológico que arrancase con una infidelidad y continuase por terrenos cenagosos en una historia de amor era un reto personal y un pulso al lector. ¿Lo aceptas? A ver quién gana al final.

Teresa Viejo

Autora de Animales Domésticos

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