“Quiero vivir”

Anna ConteSon las últimas horas del 2012 y salta en todos los medios de comunicación la noticia de la muerte de la joven india víctima de una violación salvaje llevada a cabo por seis hombres sobre un autobús, después de haber amarrado y masacrado a puñetazos al novio. Como si eso no fuese suficiente, una vez que habían terminado, han arrojado violentamente a la muchacha desde el autobús. Todo esto sucedía en Nueva Delhi, capital de “la más grande democracia del mundo”, por número de habitantes. Todo esto en el siglo XXI, en plena era tecnológica, de los derechos civiles… El primer comentario que no podemos reprimir y que pronunciamos con rabia es: bestial… sin darnos cuenta que, haciéndolo, ofendemos a las bestias que, de hecho, no practican la violación.

 

El femicidio es, sin lugar a dudas, una de las plagas que han lacerado 2012. Aclarémoslo: la historia nos muestra que la violencia contra las mujeres siempre ha existido, pero en estos últimos años parece que su práctica ha acelerado el paso, manifestándose en modo rabioso y reivindicativo de la supremacía del hombre, donde el sexo tiene poco o nada que ver. La violación es, de hecho, un arma de guerra, una manifestación y una práctica de poder, no de sexualidad. Se cree que se somete a la mujer, violando el lugar sagrado del nacimiento, de la vida: se golpea a una para amedrentar a cien, a mil, creyendo que se las posee para explotarlas y subordinarlas. Una espiral perversa cuya lógica es aplicable no solo a lo acaecido en India, sino también a los países occidentales que, aún presumiendo de leyes avanzadas, continúan multiplicándose actos de violencia contra las mujeres e, incluso asesinatos. Pero en India ha sucedido otro hecho nuevo, que ha abierto una grieta en el muro del miedo: las mujeres -y no solo las mujeres- han reaccionado, manifestando públicamente, y en la mayor parte de los casos pacíficamente. Una protesta ante la sorpresa de los políticos que a su vez han tenido que romper el muro de la “omertà” (ley del silencio). La valiente declaración de los padres de la víctima parece afirmarse cada vez más, avalada por los hechos: “esperemos que la muerte de nuestra hija sirva para procurar un futuro mejor para las mujeres de Delhi y de toda la India”.

 

En este triste y despreciable episodio aparecen dos palabras que irrumpen con fuerza en nuestras conciencias; son las de la muchacha india mientras luchaba entre la vida y la muerte: “quiero vivir”. Palabras desconcertantes, quizás incomprensibles para algunos, una centella de luz que junto a otras quiere obstinadamente anunciar el alba de un nuevo día que no tardará en llegar. Si lo queremos, naturalmente, si creemos y actuamos a favor de una convivencia humana fundada sobre la confianza y la aceptación del “otro”, tenga el rostro que tenga.

 

A propósito de estos pensamientos se me ha ocurrido asociar esta joven mujer, de la cual probablemente no sabremos nunca el nombre, a otra mujer cuyo nombre, sin embargo es muy conocido en todo el mundo y que el 3 de diciembre pasado nos dejaba : Rita Levi Montalcini. Dos rayos del mismo sol. Una empedernida optimista, Montalcini, como ella misma se definía, afirmando que “existe una dificultad para darse cuenta que nuestro comportamiento en muy complejo, que el cerebro está hecho de muchos componentes. Nos cuesta ver en cada catástrofe la posibilidad de una oportunidad de cambio… aunque pienso que existe siempre algo que nos salva”.

 

Estas dos historias, aunque diversas, nos abren los ojos al futuro, a un mañana que la científica italiana veía unido a la posibilidad de dar a todas las mujeres el acceso a la instrucción y a la “leadership” por lo que había, entre otras cosas, dado vida a una Fundación a favor de las mujeres africanas; un futuro en el que a la mujer le “espera el empeño más arduo, pero más constructivo, el de inventar y gestionar la paz”.

 

Es el mensaje que nos dejan al asomarse 2013, un chica de 23 años y una mujer de 103. El mejor deseo para todos nosotros, hombres y mujeres.

 

Por Anna Conte

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