La ninfa de la danza contemporánea

Bailarina norteamericana que renegaba de la rigidez y antinaturalidad del ballet clásico, Isadora Duncan, inspirada en la Antigua Grecia, se reveló contra todos esos patrones artísticos impuestos para asentar las bases de la danza contemporánea. El  continuo éxito en su carrera profesional contrastaba con una serie de infortunios y desgracias personales que la acompañaron hasta el día de su muerte.

Isadora nació el 26 de mayo de 1877 en San Francisco. Hija de matrimonio divorciado y la segunda de cuatro hermanos, el abandono de su padre marcó su infancia, además de dejar a la familia en una delicada situación económica. Con tan solo 10 años, la pequeña, embebida ya por el baile, dejó la escuela para contribuir en los gastos de su casa impartiendo clases de danza.

En plena adolescencia, la familia se mudó a Chicago y allí, Duncan recibió estudios de danza clásica. Desafortunadamente, un incendio que arrasó con todo lo que tenían, determinó que madre e hijos se trasladaran a Nueva York. En la ciudad de los sueños, la bailarina fue admitida en la compañía de teatro del actor Augustin Daly. Sin embargo, el dramaturgo no acogió de buen grado las propuestas de Isadora, quien abogaba por la interpretación plástica de poemas por medio de la improvisación. Dos años más tarde, acabaría retirándose de la compañía para irse, junto a su familia de nuevo, a Inglaterra, donde inauguró un período de formación en el Museo Británico de Londres.  En aquel lugar, estudió detenidamente los jarrones griegos, que los equiparaba a los movimientos de la danza antigua.

El éxito, que la llevó a convertirse en el símbolo de la revolución artística de la época,  no tardó en presentarse. Su debut tuvo lugar en 1898 en Chicago, causando un enorme revuelo entre las damas de la alta sociedad, que contemplaban una danza inusual de una mujer con los brazos y piernas desnudos. No obstante, la provocación causada fue la que llevó a la artista a lo más alto de la cima. A partir de entonces, bailaría regularmente en los teatros más reconocidos con la aristocracia como público.

El baile de Duncan se inspiraba en la danza de la Antigua Grecia y en sus cánones de belleza establecidos a través de las pinturas y esculturas. Por ello, se subía a los escenarios vestida con una túnica transparente, sin maquillaje y con el cabello suelto. Rehusaba de ponerse zapatillas de baile. En realidad, rechazaba tajantemente todo lo relacionado con el ballet clásico, calificándolo como rígido y formal. Su estilo, en cambio, se caracterizaba, como ella misma afirmaba, por una prolongación de los movimientos naturales del cuerpo basada en una constante improvisación. Además, utilizaba música de concierto, que no era compuesta con el fin de ser bailada, para sus actuaciones.

Pronto, Isadora iniciaría varias giras por EEUU y Europa. A pesar de la fama cosechada, la artista nunca dejó de aprender.  En su paso por el continente europeo,  se empapó de los trabajos de escultores como  Auguste Rodin y Antoine Bourdelle, o pintores de la talla de Sandro Botticelli.

Como ya se adelantaba en las primeras líneas, la vida personal de Duncan no corrió la misma suerte. Fue madre de dos hijos: una niña, Deirdre, del escenógrafo británico, Gordon Craig; y un niño,  del magnate de las máquinas de coser Paris Singer. Desgraciadamente, ambos murieron en un accidente automovilístico siendo todavía pequeños. Este trágico suceso, causó la retirada de Isadora de los escenarios para dedicarse a la enseñanza.

La influencia que ejerció su madre en ella,  hizo de Isadora una mujer independiente y con un pensamiento bastante progresista para la época. Entre otras cuestiones, renegaba de la idea de casarse alguna vez, ya que esto suponía para ella una atadura. Sin embargo, tras aceptar en 1921 una invitación a Moscú para crear una escuela de danza donde su baile pudiera ser aprendido por las siguientes generaciones, conoció, y, finalmente, se casó con Sergei Esenin, poeta ruso. Su relación resultó ser desastrosa. Por un lado, el alcoholismo y retraimiento de él, y, por otro, los continuos impedimentos por parte de varios dirigentes rusos para construir la Escuela de Danza Futura, determinaron que Duncan se marchara del país para refugiarse en Europa.

Allí tampoco fue bien recibida; su favorable inclinación hacia la Revolución Rusa y otras cuestiones como el amor libre o el ateísmo repercutieron negativamente en la opinión pública occidental y sus varios proyectos fueron rechazados.

La bailarina se instaló entonces en Niza para escribir sus memorias y “El arte de la danza”, libro con el que pretendía transmitir sus enseñanzas y que no pudo acabar debido a su trágica muerte el 14 de septiembre de 1927. Se encontraba conduciendo cuando su foulard quedó enredado en una de las ruedas del coche, muriendo asfixiada. La “ninfa”, como la conocían entonces por su forma de bailar, dejó antes de marcharse un legado imprescindible que supuso una completa renovación de la danza de principios del siglo XX.

Alicia Cruz Acal

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