Empleabilidad, un valor atractivo

Ana Maria HerreroAna Maria Herrero

Hace algunos años trabajé con un brillante director financiero, persona excepcional tanto desde el punto de vista técnico como humano, con ideas y metas claras y bien trazadas. Desde su época de estudiante se fijó como objetivo aprender el máximo hasta los 30 años. Así pues compaginaba los estudios con el trabajo, pero lo insólito es que hasta la edad de 30 años había cambiado de empresa 22 veces, casi 2 veces por año. Al preguntarle la razón de tales cambios, su respuesta fue: “En algunas empresas te enseñan poco y en otras mucho, por lo tanto no hace falta permanecer todo el tiempo en ellas”. ¿Qué haces cuando has aprendido todo aquello que pueden enseñarte? Si te quedas, lo más probable es que comiences a vegetar. Lo idóneo es salir de ahí llevándose las enseñanzas que comportan un nuevo valor añadido que antes no poseías, por lo que tus conocimientos se cotizaran más en el mercado.
 
Si para competir, las empresas deben ser flexibles, los empleados también. Si los mercados son cada vez más versátiles, las personas también deben serlo. La fidelidad a la empresa no es precisamente un valor en alza como antes, cuando existía un contrato no escrito, subyacente, por el que la empresa y el empleado mantenían una fidelidad mutua. Nuestra cultura dificulta en gran medida este desarrollo profesional. Cambiar de empresa, de ámbito geográfico o de oficio se nos hace muy cuesta arriba. Cualquier movimiento de una comunidad autónoma a otra produce tensiones y malestar en los que lo tienen que asumir. Cuando se pide a los candidatos a un empleo su disponibilidad para el cambio de residencia, son muy pocos los que contestan afirmativamente. En alguna conferencia he escuchado que el desarrollo profesional es como «hacer crecer una bola de nieve». La empresa proporciona experiencia, método, cultura… Llamémosle  «nieve», para todo el personal por igual. Algunos empleados permanecen quietos y sólo recogen algo de esa «nieve», otros se mueven y recogen más, y los que se movilizan, se interesan, se preparan y aprovechan para acumular el máximo de «nieve», crecen profesionalmente. Para las empresas la cuestión está en procurar los recursos, la formación, etc., en definitiva «una buena nevada anual». El afán de los empleados debe ser el de movilizarse para hacer el mayor acopio posible de «nieve».
 
La empleabilidad es una cuestión de decisión y de actitud individual. No hay que esperar la nieve de la empresa, sino buscar las empresas donde se pueda extraer «nieve». Pero, ¿se está dispuesto a tomar la responsabilidad sobre el propio desarrollo profesional? La actitud y el entorno ayudan a conseguirlo. No hay que fijarse en el modelo de carrera profesional que nos muestran algunos medios de comunicación. El empleado debe tener muy claro que los puestos de trabajo son cada vez más flexibles e inestables, en consecuencia tiene que buscar las empresas que sean capaces de proporcionarles ese valor añadido que lo enriquece y posiciona profesionalmente. Las empresas que sean capaces de ofrecer no tan sólo un simple puesto de trabajo sino una oportunidad de crecimiento, estarán en las mejores condiciones y podrán contar con el mejor personal. Sería positivo que las empresas se dieran cuenta de lo importante que es ofrecer «empleabilidad»,  y que el empleado se concienciara de la importancia de trabajar en empresas que ofrecen «empleabilidad».
 
En estos momentos donde tener un empleo es un valor muy preciado, no podemos olvidar este concepto, porque todos continuamos construyendo nuestro futuro.

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