Cyborg, principitos y asteroides
En 1960, en plena carrera espacial entre EEUU y la Unión Soviética, Manfred E. Clynes y Nathan S. Klyne acuñaron el término ‘Cyborg’ para designar una criatura compuesta de elementos orgánicos y dispositivos tecnológicos, concebido como un ser humano mejorado para sobrevivir en entornos extraterrestres. Un lustro después, algunos recuperan el concepto para aplicarlo a quienes sobreviven, mutan y progresan navegando por el ciberespacio, con un abanico de alter egos. Es la identidad digital, la construcción –para algunos, casi compulsiva- de un Yo digital, que muta o se difumina según donde se desarrolle: redes sociales, espacios de discusión o blogs. Una identidad expandida que potencia habilidades y capacita para estar en contactos con otros usuarios en diferentes niveles de relación, compromiso o intimidad.
El número de personas que a diario escribe en Facebook, tiene perfil en Tuenti, escribe en su blog o twittea compulsivamente sus pensamientos y acciones aumenta progresivamente. Para un número elevado de ellos, la atención a sus múltiples yos, acaba por convertirse en una auténtica obsesión, multiplicando su ansiedad, como si no estar presente en la red supusiera su desaparición como persona. Algunos teóricos se preguntan si existe realmente una identidad para el individuo distinta a la que le otorga su cuerpo; o si las redes sociales están comenzando a ser poderosas extremidades que nacen en nuestra mente y aprenden cada día a hacer nuevas cosas. Ciertos estudios señalan que muchos de los ‘nativos digitales’ (quienes conocieron la Red al mismo tiempo que aprendían a pensar) dedican más tiempo a la parte tecnológica de su cuerpo ‘cyborg’ que a la de carne y hueso, algo realmente preocupante a mi juicio. Otros, más moderados, apuntan a una posible involución y vuelta a la “realidad” de quienes -como El Principito de Saint-Exupéry- abandonaron un día su Asteroide 612 para recorrer el universo.
Al margen de estas teorías futuristas, lo que es una evidencia es que la aparición de las nuevas herramientas tecnológicas nos ha dado la capacidad de usar la Red, pero sobre todo de estar en ella. Dos son las fórmulas principales de ejercer nuestra vida digital: las redes de amigos y las redes de interés. Las primeras son “comunidades íntimas a tiempo completo”, caso de Tuenti, Facebook o Myspace. En las segundas, las relaciones de nuestro ‘Yo’ digital se establecen a partir de intereses similares, siendo canales para ganar visibilidad y reputación. Este sería el caso de una persona que conjuga su blog con widgets (programas o aplicaciones gratuitas), como GoogleFriendConnect o Facebook Connect, y porta sus datos profesionales a redes basadas en el empleo cualificado y directivo y la actividad empresarial, como Linkedin, Viadeo o Networking Activo.
Ésta segunda tendencia es la Identidad Digital Profesional, sin lugar a dudas la más interesante. No es una fórmula de búsqueda de empleo, sino de reputación y valoración profesional. Disponer de un perfil profesional riguroso y conectado a personas destacadas del sector en el que se trabaja es una tendencia que cada vez pesa más en el currículum de los profesionales. Como contrapartida, para expandir tu identidad y llegar a confines imposibles para tu ‘Yo’ de carne y hueso, los agentes de tráfico de la Red (los buscadores de Internet) deben encontrar tu pequeño asteroide y mandarte visitantes y ello pasa fundamentalmente por tener un dominio propio (.es), que te permitirá ser encontrado y posicionado de manera. Si no, como Le Petit Prince, tendremos que emprender nuestro universal viaje, recorrer seis planetas y llegar a la tierra.
Susana Muñoz