¡Ya era hora!

Vaya por delante mi mayor de las enhorabuenas a Ana María. Tercera mujer premiada con el Cervantes en los treinta y cinco años de su existencia. Un premio deseado, merecido y celebrado “in vita”, que no sé porque en España se conceden los premios cuando el laureado ya no puede ni tomarse una copita para brindar en su honor. Novelista de posguerra. Lírica de lo imaginativo y prosa de la experiencia. Sus expresivas arrugas son producto de su intensa vida. Corría el verano del 96 cuando cayó en mis manos “Olvidado Rey Gudú” y desde entonces arrastro, creo yo, el sueño atrasado de una noche en vela por saber el final; enganchada a esos personajes de ficción que me hicieron olvidar del hambre, del cansancio y del cri-cri de los grillos. No he parado de leerte. Tus personajes me hacen pensar en los momentos duros que has tenido que vivir, siempre en guerra, en lid contigo misma, con esa infancia entre bombardeo y sirenas que seguro hicieron que comenzaras a evadirte, con las palabras y tu imaginación de niña, de la cruda realidad. Melancolía, miedo e inquietud.
 
A los 17 años escribiste tu primera novela, “Pequeño teatro”, una obra que para publicarla necesitaste el permiso de tu padre. Hija de familia burguesa, cronista de una sociedad española desgarrada por la Guerra Civil. En 1952, te casaste con el escritor Eugenio de Goicoechea, del que te separaste, en una época que eso era impensable, y consecuencia de las leyes de aquella España, te quitaron la custodia de tu hijo y al que no viste durante años (con la que está cayendo ahora con la nueva propuesta de Leire Pajín). Le escribiste cuentos que más tarde le leerías, “Los niños tontos”, “El país de la pizarra”, “La oveja negra”, cuentos reales, con lobos que se comen a las niñas porque dices que “a los niños hay que decirles la verdad, prepararles para las dificultades de la vida, porque en la vida nos vamos a encontrar lobos tremendos”.
 
Ahora a los 85 te ha llegado y tú te lo esperabas, no digas que no, ahora falsas modestias me sorprenderían de ti, mujer de verdades de a puños, de mirada entrañable y ojos inteligentes. Ahora queda zanjada una deuda que todos teníamos contigo. Te lo mereces por esas horas delante de una máquina de escribir, de un folio en blanco, de una cabeza repleta. No querías hacerte ilusiones, pero te emocionaba la idea. Rebosas de felicidad. Te lo mereces por esa dedicación, por la entrega sin calendario, sin zozobras, sin vacilaciones. Y es así como tienen que hacerse las cosas. Con compromiso, con entereza y con esa pizca de sufrimiento que hace al artista más íntimo, más rico. Como tu yo, crudo y real, duro y amable. Has dicho al recibir la noticia que eres enormemente feliz. A nosotros nos has hecho enormemente feliz con tus obras, con tus ideas, con tus historias. Si Cervantes levantara hoy la cabeza se sentiría orgulloso de llevarte en su pechera. Ana María, síguenos escribiendo para todos aquellos que te acertamos.
 
Mónica Urgoiti

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