Seducir

Cada mañana cuando suena el despertador emprendemos la misma rutina. Tanto es así que el día que algo cambia nos sentimos raras. Dentro de mis rutinas está el llevar a mi hija al colegio. A la misma hora. El mismo recorrido. Te cruzas con las mismas madres y los mismos padres. Pero si sucede algo nuevo y, además, te provoca una sonrisa, bienvenido sea.
 
En el semáforo de una de las avenidas que tenemos que atravesar nos venimos cruzando desde hace tiempo con un joven africano. Al principio veía como, mientras los peatones esperábamos el cambio de color, se acercaba a nosotros y saludaba con esa eterna sonrisa que los caracteriza. Yo procuraba pasar desapercibida. Hasta que un día se acercó a mí y me estrechó su mano con un amable “buenos días”. Me pidió algo para tomar un café. Yo, por supuesto, le dije que no llevaba nada (y era verdad).
 
El siguió saludándonos cada mañana con la misma sonrisa. Hace unos días se interesó por la edad de mi hija y, como que no quiere la cosa, me habló de su hijo. Aquí su rostro se apenaba un poco, pero sin perder la sonrisa. Me volvió a pedir para el café, y volví a decirle que no llevaba nada. Día tras día me ha seguido saludando, deseándome buen día… Sabemos cómo se llama y si nos referimos a él lo hacemos por su nombre. Ahora ya no me pide para café. Suelo dárselo yo.
 
¿Esto es seducir o no? Me ha sabido llevar a su terreno con maña y hasta, diría yo, con sabiduría. Tristemente, no hay nada como pasar necesidad para sacar de nosotras todos los recursos que tenemos y que igual desconocíamos.
 
Lourdes Otero

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