Nada de batidoras
Queridos Reyes Magos. Este año me toca escribirles no sólo en nombre propio, sino también en el de otras muchas mujeres. El caso es que como si la tan cacareada crisis económica os lo permite se acerca el día en el que visitéis nuestros hogares, hemos decidido preparaos nuestra particular lista antes de que os decidáis a pasar por caja o de que os empecéis, quiénes lo hagáis, a comeros el ‘coco’ sobre qué regalarnos. Y tan particular, porque más bien es una lista de lo que no vamos a querer. No queremos una batidora nueva, ni más toallas bordadas. No queremos una lavadora secadora para sustituir a la que echa agua a chorros por la puerta. No queremos un microondas aunque sea de diseño, ni una plancha vaporeta por muchas maravillas que cuenten de ella. Ni una aspiradora por muchos rincones que tenga la casa. Y como nos da igual que nuestra vajilla esté totalmente pasada de moda, gracias, pero no queremos platos nuevos, ni queremos renovar la cubertería porque ya no brilla como el primer día. No queremos nada que sirva para trabajar aún más en casa. Así que, si no es mucho pedir, dejad de ser tan prácticos, eso sí, sólo prácticos para nosotras, y pensad en alguna otra cosita más personal. Y no os preocupéis que ya nosotros junto a nuestras parejas nos encargaremos de comprar la batidora, la lavadora y la vaporeta si tan necesarias y prácticas son. Eso sí, con cargo a la cuenta común.
Isabel García
Mi papá también me cuida
Hoy los papás también cuidan. Y digo hoy porque no sé en el caso de quienes me leéis, pero en el mío propio lo cierto es que no recuerdo ni una sola vez en la que mi padre, de pequeña, me haya llevado al m&eac…
Mi papá también me cuida
Hoy los papás también cuidan. Y digo hoy porque no sé en el caso de quienes me leéis, pero en el mío propio lo cierto es que no recuerdo ni una sola vez en la que mi padre, de pequeña, me haya llevado al médico, me haya puesto el termómetro en mitad de la noche o haya acudido al colegio a hablar con mi profesora. No quiero decir con esto, ni mucho menos, que no haya sido un buen padre, para mi el mejor, pero tampoco puedo decir lo que no es. Hoy, y lo compruebo en los padres de mi generación, los padres son capaces de pasar la noche en vela porque el pequeño se durmió con fiebre, manejan los pañales con la misma audacia que la madre, se preocupan por la elección de la guardería y solicitan permiso en el trabajo porque toca vacuna.
Por eso hoy seguro que hay más de uno y de una que celebra que ya no habrá que esperar hasta el año 2013 para que los papás puedan disfrutar de cuatro semanas de permiso de paternidad después de que el BOE publicara el pasado mes de octubre la Ley que amplía el mismo de dos a cuatro semanas y que podrá disfrutarse a partir del 1 de enero de 2011, adelantando pues en dos años la previsión normativa inicial. Igualar el permiso paternal nos beneficiará a las mujeres, que veremos cómo se va diluyendo la penalización que provoca la maternidad sobre el empleo femenino; beneficia a los hombres, que podrán ejercer este derecho laboral en las mismas condiciones que las trabajadoras; y beneficiará a la sociedad en su conjunto, porque estaremos avanzando de una manera más coherente hacia la corresponsabilidad.
Isabel García
La cuenta, por favor
No falla. No hay nada mejor como acudir a un restaurante con tu pareja para comprobar como la “España profunda” sigue estando ahí, para comprobar que eso de que hombres y mujeres somos iguales es un cuento chino que no paran de vendernos. Les cuento, aunque seguro que a más de una, y de uno, les sonará la historia. Abrimos la puerta del restaurante, nos atiende el metre, quien, fijando su mirada en él, pregunta que cuántos seremos. “Dos”, dice mi pareja. Y piensas, a lo mejor yo no sería capaz de sumar uno más uno. Pero bueno, no pasa nada, será que él ha entrado primero. A continuación nos indica unas escaleras para subir a la mesa y sin saber cómo se abre ante mí un vacío. Y piensas, se ve que me toca subir primera, igual creen que con los tacones que me he colocado me puedo caer y necesito un pecho masculino que soporte esa posible caída. Pero bueno, no pasa nada, un gesto de galantería que acepto. El paso siguiente es pedir la bebida, y dice él: “Una cerveza y una botella de agua, por favor”. Se acerca el camarero y sin mediar palabra le colocan la cerveza a él y el agua a mí. Y piensas, ¿yo había pedido cerveza o agua? Pero bueno, que no pasa nada, será que hoy he escogido uno de esos vestidos “fashion” que venden ahora y que lo mismo sirven para ir a la moda como para guardarlos en tu fondo de armario para cuando te toque estar en estado de buena esperanza. Así que nada, no pasa nada, será que el camarero ha pensado que estoy de cuatro meses y que como tal no debo beber alcohol. Llega la hora de pagar, pide una servidora la cuenta y al traérnosla la dejan justo en la mitad de la mesa. Y piensas, no se acordará de que he sido yo quien la ha pedido. No pasa nada, pago la cuenta. Donde ya sí que pasa es cuando traen el cambio y, como era de esperar, se lo dan a él. Aquí ya no hay nada que pensar, no hay excusas que valgan. Lo queramos o no, nos guste o no, estamos en una sociedad machista. De acuerdo, muchísimo menos que hace 50 años, pero es machista. Así que nada, realizada la comprobación y obtenida la conclusión de que hay cosas que no cambian por mucho Ministerio o Ley de Igualdad que haya, sólo me quedó recordarle al camarero quien fue la persona que pagó la cuenta para ver si así en la próxima visita al restaurante, además de devolverme mi dinero, me dejan tomarme la cerveza a gusto.
Igualdad mal entendida
No hay nada mejor que una buena dosis de realidad para valorar esa falda siempre planchada en tu armario o ese plato de comida en la mesa cuando llegas de trabajar a casa. Me explico. Vivo con mis padres -sí, aún- y como cada año, desde que me incorporé al maravilloso grupo de los que ‘levantamos el país’, cuando llega el verano me toca quedarme en casa y compartir estos meses estivales con mi hermano. Es en ese momento cuando descubrimos que la comida no llega sola al frigorífico, que el bombo de la ropa sucia no se vacía por sí sólo o que las gotas de agua del espejo del baño no se eliminan por arte de magia. Y como la costumbre hace ley, ni me gusta el frigorífico vacío, ni el bombo lleno, ni las gotas de agua en el espejo. Pero claro, no me gusta a mí. Me toca entonces compaginar el trabajo y mi adicción al mundo de los cursos con tareas a las que, lo confieso, el resto del año apenas le dedico tiempo, como pensar en la comida del día siguiente o retirar el polvo que a diario deja la obra del vecino en casa. Pienso entonces en mi madre, en todas esas madres y mujeres que este mes protagonizan Mujeremprendedora y que han sido capaces de conciliar su vida familiar y laboral desde el principio de los tiempos, sin apenas tener tiempo para ellas mismas. Y pienso en las mujeres de mi generación, aquellas que hemos crecido creyendo en la igualdad, que hemos ido a la Universidad en los noventa, cuando las mujeres ya ocupaban las aulas masivamente. Pero toda esa igualdad se sólo pura apariencia. Porque por muchas políticas de igualdad que existan lo cierto es que en España sólo el 1,45% de los hombres hace uso del derecho de compartir con la mujer el permiso de maternidad mientras que las mujeres dedican tres horas y media más al día a las laborales del hogar que los hombres. El cambio pendiente es pues la conciliación masculina, aunque mientras llega se necesita que el género femenino continuemos en la lucha, que avisemos que aquello de ser supermujeres ya ha tocado su fin. Ahora les toca conciliar a ellos.
Mujer tenía que ser
Lo confieso. Aparco rematadamente mal. Es un dato objetivo, y si no que se lo pregunten a cualquiera que me haya visto en dichos menesteres. Es un dato tan objetivo como que mi madre o mi mejor amiga serían capaces de aparcar un todoterreno en 15 segundos y con dos golpes de volante, o como que para mi padre la distancia de seguridad consiste en pegar el morro al culo del que le precede. ¿Qué quiero decir con esto? Que ya está bien de generalizar y sobre todo ya está bien de escuchar esa burla ofensiva e innecesaria de “mujer al volante, peligro constante”. Ya cansa, es más, aburre.
Porque el mito de la mujer como conductora ha llegado a un punto en el que ha trascendido la categoría de falacia para convertirse en una verdad de muy difícil comprobación, una verdad que muchos dan por cierta a base de repetirse hasta la saciedad. Y mientras tanto las aseguradoras de turno se empeñan en publicar estudios e informes comparando las actitudes de hombres y mujeres al volante y obteniendo conclusiones, fácilmente rebatibles, del tipo: “el 82% de los accidentes mortales están causados por un hombre” o “por cada mujer que rebasa la velocidad máxima en autovía hay dos hombre que hacen lo mismo”. Aunque interpretar estos datos sin tener en cuenta otros factores imposibles de medir sería como participar del juego de quienes dicen aquello de “mujer tenía que ser”, quizá deberían llevar al menos al género masculino a una profunda reflexión: ni nosotras conducimos tan mal, ni ellos tan bien. Y si no siempre me quedará la posibilidad de hacerme con uno de esos coches que anuncian en televisión y que según cuentan aparcan por sí solos. Así quizá no me manden los machitos de turno a lavar platos o invoquen a mi sagrada progenitora.
Isabel García
Mujer tenía que ser
Lo confieso. Aparco rematadamente mal. Es un dato objetivo, y si no que se lo pregunten a cualquiera que me haya visto en dichos menesteres. Es un dato tan objetivo como que mi madre o mi mejor amiga serían capaces de aparcar un todoterreno en 15 segundos y con dos golpes de volante, o como que para mi padre la distancia de seguridad consiste en pegar el morro al culo del que le precede. ¿Qué quiero decir con esto? Que ya está bien de generalizar y sobre todo ya está bien de escuchar esa burla ofensiva e innecesaria de “mujer al volante, peligro constante”. Ya cansa, es más, aburre.
Porque el mito de la mujer como conductora ha llegado a un punto en el que ha trascendido la categoría de falacia para convertirse en una verdad de muy difícil comprobación, una verdad que muchos dan por cierta a base de repetirse hasta la saciedad. Y mientras tanto las aseguradoras de turno se empeñan en publicar estudios e informes comparando las actitudes de hombres y mujeres al volante y obteniendo conclusiones, fácilmente rebatibles, del tipo: “el 82% de los accidentes mortales están causados por un hombre” o “por cada mujer que rebasa la velocidad máxima en autovía hay dos hombre que hacen lo mismo”. Aunque interpretar estos datos sin tener en cuenta otros factores imposibles de medir sería como participar del juego de quienes dicen aquello de “mujer tenía que ser”, quizá deberían llevar al menos al género masculino a una profunda reflexión: ni nosotras conducimos tan mal, ni ellos tan bien. Y si no siempre me quedará la posibilidad de hacerme con uno de esos coches que anuncian en televisión y que según cuentan aparcan por sí solos. Así quizá no me manden los machitos de turno a lavar platos o invoquen a mi sagrada progenitora.
Nada lo justifica
Quizá cuando estés leyendo estas palabras ya sea tarde para Ifraah Ali Aden, ya sea tarde para esta mujer somalí, embarazada de cinco meses, que será ejecutada si nadie lo impide en los próximos días a pesar de que el derecho internacional de derechos humanos prohíbe explícitamente la ejecución de mujeres embarazadas. Ha sido condenada a pena de muerte después de ser declarada culpable del asesinato de otra de las esposas de su marido. Llamar injusto al juicio parece poco. Según informes controlados por Amnistía Internacional, la sentencia se dictó apenas 24 horas después de que se produjeran los hechos, siendo el juez encargado de controlar el proceso el padre de la víctima. Se desconoce si Ifraah Ali Aden tuvo acceso a un abogado, pero en cualquier caso, no tuvo de ninguna forma, tiempo de preparar una defensa adecuada, tal como exigen los estándares internacionales en juicios justos reconocidos.
Lamentablemente la muerte de Ifraah no será la única. Porque según la Plataforma de Mujeres Artistas contra la Violencia de Género más de 3.500 mujeres han sido asesinadas en los últimos cinco años y sólo en 2007 lo fueron 722. La ausencia de justicia para las mujeres, la ignorancia, la lentitud de las autoridades correspondientes y la actitud de desconocimiento de la sociedad, tolera crímenes como el que esta a punto de cometerse en Somalia. Crímenes en Guatemala, en Ciudad Juárez, en Chile, en Kazajastán,… Nadie da una respuesta a las muertes, no hay caras para los asesinos pero es visible que la violencia machista impune es la última responsable de las mismas, la libre disposición de las mujeres por parte de los varones. No es resultado de una ola de violencia, es una consecuencia de la metaestructura patriarcal, es una reacción brutal, es el consentimiento de la impunidad y la violencia machista sin temor a las consecuencias. Y mientras tanto aquí, en el Primer Mundo, cerramos los ojos e incluso muchos, y muchas, aún preguntan qué falta a las mujeres por conseguir. Basta ya de dolor y violencia. Basta ya de tanta indiferencia e inmovilización.
Bajas embarazosas
Alguien que yo me sé esta embarazada. Acaba de cumplir su quinto mes y repite lo que ya hiciera con su primera hija: una visita al médico de cabecera, una queja por allí y otra por acá, y baja médica que te crió. No volverá a trabajar hasta que cumpla las 16 semanas de baja maternal a las que tiene derecho. No es un caso excepcional, ni mucho menos. Porque como ella hoy son muchas las que hacen del embarazo no un estado, maravilloso por cierto, sino una enfermedad por la que se dan de baja, y por sistema, desde el sexto mes de embarazo. Y ojo, que no estoy diciendo con esto que para quien trabajar implique riesgos o molestias que realmente impidan llevar una vida normal no solicite la baja. Por supuesto que ha de hacerlo y por el tiempo que sea necesario. El problema llega cuando esas bajas se convierten en una práctica cada vez más generalizada, cuando esa práctica repercute en la decisión de los empresarios a la hora de contratar a mujeres en edad de gestación, cuando esa práctica da la idea de la embarazada como alguien con quien ya no puedes contar laboralmente.
Hoy, según un estudio reciente de la Fundación Madrina, los despidos de mujeres por causa de maternidad se sitúan en el 37%, siendo además de un 12% el porcentaje de mujeres que no pueden acceder al mundo laboral por el mero hecho de estar embarazadas. Lamentablemente “el embarazo se ha convertido en un factor de riesgo, y la maternidad en un factor de desigualdad y exclusión social para la mujer madre”, como afirma dicho estudio, pero lo cierto es que poco aportamos nosotras mismas abusando de barriga y tirando de baja hasta el final del parto, a sabiendas de que ningún médico nos la denegará. No dejemos que lo que por un lado tanto nos ha costado conseguir, lo perdamos por otro.
Nada de ayudar
Es obvio. Poner la lavadora, planchar la ropa, fregar el cuarto de baño o limpiar el polvo no le gusta a nadie. No nos gusta ni a las mujeres, ni les gusta a los hombres. Es obvio. Nadie ha nacido sabiendo manejar una fregona o cocinar un puchero. Ni las mujeres, ni los hombres. Pues bien, estas obviedades paracen ser que no lo son tanto en nuestro país. Porque España es el país de la Unión Europea, junto con Italia, donde existe mayor distancia entre sexos respecto al trabajo doméstico. Así se desprende de un informe de la Fundación de Cajas de Ahorros (Funcas), según el cual las mujeres dedican diariamente una media de 4,55 horas al trabajo de casa frente a 1,37 horas de los hombres. Y es que el famosísimo «echar una mano» ya no es suficiente, ya no basta con ayudar a la mujer cuando no se tienen ganas de leer el periódico o ‘bichear’ en Internet. Tender la ropa y poner la cena es obligación de los dos, por eso nada de colaborar y sí de compartir. Pero para que esta teoría deje de serlo para convertirse en práctica, somos las mujeres las que tenemos que dar el primer paso, perdiendo el poder que tradicionalmente hemos tenido en el hogar. Nada de «déjalo, mejor lo hago yo» cuando no nos agrada el resultado del trabajo del hombre. Porque es precisamente la resistencia de éstos a aprender nuevos roles la que provoca la desgana que se traduce en torpeza o incapacidad para las tareas domésticas. Con lo cual, aunque digan que quieren hacerlas, optamos por evitar delegarlas, logrando con ello perpetuar la división de roles tradicionales. ¿El resultado? La doble jornada femenina de la que tanto nos quejamos y la existencia de millones de españolas que deben ser mujeres multitareas para llegar a todos los frentes. Las tareas del hogar son responsabilidad de ambos socios, por lo que ambos deben de tener igualdad en la propiedad de la asociación. Perdón, del hogar.