Nada de ayudar
Es obvio. Poner la lavadora, planchar la ropa, fregar el cuarto de baño o limpiar el polvo no le gusta a nadie. No nos gusta ni a las mujeres, ni les gusta a los hombres. Es obvio. Nadie ha nacido sabiendo manejar una fregona o cocinar un puchero. Ni las mujeres, ni los hombres. Pues bien, estas obviedades paracen ser que no lo son tanto en nuestro país. Porque España es el país de la Unión Europea, junto con Italia, donde existe mayor distancia entre sexos respecto al trabajo doméstico. Así se desprende de un informe de la Fundación de Cajas de Ahorros (Funcas), según el cual las mujeres dedican diariamente una media de 4,55 horas al trabajo de casa frente a 1,37 horas de los hombres. Y es que el famosísimo «echar una mano» ya no es suficiente, ya no basta con ayudar a la mujer cuando no se tienen ganas de leer el periódico o ‘bichear’ en Internet. Tender la ropa y poner la cena es obligación de los dos, por eso nada de colaborar y sí de compartir. Pero para que esta teoría deje de serlo para convertirse en práctica, somos las mujeres las que tenemos que dar el primer paso, perdiendo el poder que tradicionalmente hemos tenido en el hogar. Nada de «déjalo, mejor lo hago yo» cuando no nos agrada el resultado del trabajo del hombre. Porque es precisamente la resistencia de éstos a aprender nuevos roles la que provoca la desgana que se traduce en torpeza o incapacidad para las tareas domésticas. Con lo cual, aunque digan que quieren hacerlas, optamos por evitar delegarlas, logrando con ello perpetuar la división de roles tradicionales. ¿El resultado? La doble jornada femenina de la que tanto nos quejamos y la existencia de millones de españolas que deben ser mujeres multitareas para llegar a todos los frentes. Las tareas del hogar son responsabilidad de ambos socios, por lo que ambos deben de tener igualdad en la propiedad de la asociación. Perdón, del hogar.