Una mujer única que le tocó vivir una época nada fácil

Científica que recibió el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1986 compartido con Stanley Cohen, Rita Levi-Montalcini no ha destacado solo por sus aportes imprescindibles al mundo de la ciencia, sino también por el gran legado que ha dejado  a todo el conjunto de la sociedad debido a su constante lucha y defensa por el reconocimiento de los derechos humanos. La influencia que ejerció en ella el feminismo, así como su pensamiento liberal, convirtieron a Rita Levi Montalcini en una mujer única que le tocó vivir una época nada fácil.

Nacida en Turín (Italia) en 1909, en el seno de una familia intelectual judía sefardí, Rita fue hija de ingeniero eléctrico y de pintora, circunstancias que marcaron su desarrollo. A pesar de la buena relación con sus padres, el carácter autoritario del padre y el consecuente sometimiento de una madre obediente a las órdenes de su marido, provocaron que en plena adolescencia,  la premio Nobel abominara este modelo de familia patriarcal y decidiera no casarse nunca. Como ella misma afirmaba, “yo soy mi propio marido”.

La fuerte personalidad de la futura científica estuvo muy marcada también por diversos autores como Virginia Wolf, Emily Bronte o John Stuart Mill, quienes le confirieron una enorme consciencia de los problemas sociales de la época, así como una marcada posición feminista en pos de la defensa de los derechos de las mujeres.

Una vez terminada la enseñanza básica, Rita mostró su intención de querer seguir estudiando, algo que no estaba dispuesto a aceptar su padre, de pensamiento victoriano, quien decidió que ella y su hermana gemela Paola acudirían a una escuela femenina de segunda enseñanza para aprender las labores del hogar y  llegar a ser buenas esposas y madres en un futuro. Sin embargo, una vez cumplidos los 20, Montalcini insistió en estudiar Medicina, algo que finalmente su padre permitió. En 1930, Rita ingresó en la Escuela de Medicina, graduándose en 1936 con el grado de summa cum laude. Había entonces solo 7 mujeres en 300 hombres.

En 1932, cursando el segundo año de su carrera, ingresó como ayudante en el laboratorio del histólogo Giuseppe Levi. Fue allí donde procedió con sus primeras investigaciones sobre el sistema nervioso y desarrolla sus tesis sobre el crecimiento de las neuronas. No obstante, la promulgación de Mussolini del  Manifesto per la Difesa della Razza, por el que se prohibían las carreras académicas y profesionales a los ciudadanos judíos, y el estallido de la II Guerra Mundial, provocaron que Rita dejara su trabajo y se escondiera junto a su familia en una casa de campo. Allí, instaló su propio laboratorio en su habitación. Asimismo, se ocultaron durante dos años en Florencia, donde Montalvini  trabajó como médica y enfermera en un campo de refugiados. Esta experiencia le hizo darse cuenta de que era una pacifista convencida del desarme y que no volvería a tocar la medicina hasta que esto no sucediera.

Al finalizar el conflicto mundial, Rita aceptó la invitación del científico, Víctor Hamburger para una investigación de 6 meses en la Universidad de Washington de Saint Luis en Misuri. La estancia de 6 meses llegó a convertirse en 30 años. A lo largo de esta etapa, investigó, junto al bioquímico Stanley Cohen, en la identificación del factor que permite el crecimiento nervioso (NGF, del inglés Nerve Growth Factor), hecho que lograron en 1956. El resultado de sus estudios demostró que se generan más neuronas de las necesarias y luego se regulan por muerte neuronal programada. Esto es lo que «permite la supervivencia de las neuronas sensoriales necesarias». Este descubrimiento fue el que llevó a ambos a ganar el Premio Nobel en 1986, siendo ella la 6ª mujer en conseguirlo.

Como ya se mencionó en las primeras líneas, no se puede escribir una biografía de Rita Levi-Montalcini, sin dar cuenta de su espléndida labor humanitaria. En 1992 crea, junto a su hermana Paola, la Fundación Levi Montalcini-Onlus, con el objetivo de ayudar a mujeres africanas a liberarse de la represión social y religiosa a través de programas de alfabetización y becas de estudios, para mejorar sus condiciones de vida e incentivándolas para que se interesen por el campo de la investigación.

Tras su jubilación y hasta su muerte, en 2012, Rita mantuvo siempre consigo su espíritu investigador ligado a su inquebrantable responsabilidad social y humanitaria. Como declaró ella misma en una de sus últimas apariciones, “la ciencia no solo consiste en descubrimientos, sino también en ayudar a los países en desarrollo”.- Alicia Cruz Acal

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