‘Balkánica’: una postal, un cuaderno de viaje, una travesía…

Escribí Balkánica durante mi época albanesa: pasé el curso 2015-2016 trabajando como lectora de español en la Universidad de Tirana. Allí fui muy feliz enseñando a estudiantes apasionados por la lengua y la literatura españolas.

Algunos, junto con un grupo de profesoras, han tenido la generosidad de traducir y publicar en albanés mis textos. También han propulsado la realización de un gran mural inspirado en un verso mío, en el centro de Tirana. Por todo ello, además de por su hospitalidad sin límites, les estoy infinitamente agradecida y les dedico este libro.

Durante mi estancia, aproveché para recorrer los Balcanes de norte a sur: Macedonia, Kosovo, Montenegro, Serbia, Bosnia, Croacia y, por supuesto, Grecia.

El libro, por lo tanto, tiene mucho de postal y cuaderno de viaje. Viajes, en plural. Pero el exilio físico constituye una sola de sus sendas. Estos poemas cartografían otras rutas interiores. Por ejemplo, la cotidiana cruzada de comunicarse en una lengua imposible, tan similar a la lucha creadora con lo desconocido.

A este respecto, debo decir que la comunicación con los albaneses, a pesar de la dificultad de su idioma y mi torpeza, fue siempre fácil, fértil y alegre. Aprendí las expresiones justas para la supervivencia diaria, ese gran lujo. Las palabras elementales, citando a la poeta asturiana Laura Casielles. Algunas resuenan en el libro y tienen que ver con los rituales de la buena mesa compartida, la amistad o la familia, tan importantes en la cultura albanesa.

En Balkánica, en ese sentido, se alude a ciertas reglas positivas de conducta establecidas por el Kanun. Se trata de un código de derecho consuetudinario de origen otomano, fijado en el siglo XVI por Lekë Dukagjini. Su transmisión venía siendo oral hasta entonces. Rige la vida en sociedad, en el mejor y en el peor sentido. Del Kanun me quedo con que “la casa del albanés es de Dios y del amigo”, “cualquiera es amigo si ha llamado a la puerta de tu casa” y “cualquier casa es hogar si tiene un fuego”.

Balkánica, pues, reflexiona en torno a la inmensa aventura que supone intentar comprender y amar a los otros. Esa aventura resulta más apasionante cuanto más extranjero nos resulta el prójimo o, mejor dicho, cuanto más extranjeras sabemos que somos, independientemente de nuestra nacionalidad o demás cuestiones político-territoriales. Este poemario, así, encierra serias dudas sobre la legitimidad del sentimiento único de pertenencia; cuestiona el mito del origen estanco, homogéneo e impuesto; y plantea la arbitrariedad de las fronteras, visibles e invisibles.

Balkánica, en fin, quiere invitar a pensar sobre las distintas maneras de ser de aquí, mirar(nos), contarnos, darnos la mano y formar parte de una comunidad. Y a plantearse que tal vez no es posible -ni deseable- declinarse exclusivamente del tiesto donde arbitrariamente nos nacieron; sino de todas esas tierras donde a golpe de consciencia, asombro, voluntad y búsqueda nos vamos naciendo, tejiendo y replantando a nosotras mismas -como el tapiz y el árbol que somos- a lo largo de la vida.

Al mismo tiempo, creo que en estos poemas se escucha el latido de la sorpresa que supone encontrar, al crecer, hermanas donde nunca sospechamos. Hay un poema muy explícito sobre este particular: Muzeu Historik Kombëtar. Alude al Museo de Historia Nacional de Albania, que alberga un pasillo dedicado a los voluntarios albaneses que se alistaron en las Brigadas Internacionales para venir a España a luchar en defensa de la República durante la Guerra Civil. En la lista, me cautivó un misterioso nombre de guerrera: el de la jovencísima Justina Shkupi.

En resumen, creo que Balkánica da cuenta, ante todo, de la travesía fundamental: sondear la propia diferencia, relativizarla, abrazarla; y, con mucha suerte, aprender a tiempo que la riqueza reside en compartirse.

Martha Asunción

Autora de ‘Balkánica’

Premio Carmen Conde 2018

 

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