Ellos se lo pierden

Corría el año 1992 y estaba a punto de empezar mi sexto curso de medicina. Me di cuenta entonces que necesitaba un complemento a mis estudios y así fue como decidí matricularme en la Licenciatura de Ciencias Políticas. A distancia, por supuesto. Por aquel entonces no era posible hacerlo en línea. Estando de Erasmus en Irlanda, el estudio de la Filosofía de las Ciencias Sociales o de la Historia de las Ideas Políticas fue un excelente refugio intelectual que me ayudó con las clases y prácticas de cirugía en inglés.

No terminé la licenciatura (fue compatible con el máster, pero no con el doctorado y el trabajo a la vez). Me quedé en tercero, pero no descarto algún día seguir los estudios en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), hoy mi universidad. Una universidad repleta de historias parecidas a ésta, historias de personas que trabajan (con remuneración o sin ella) y que eligen complementar su formación con un grado, un máster o un doctorado en línea. Una formación que permite adquirir competencias, cuando y desde donde mejor puedas hacerlo. A tu ritmo. A veces por el mero gusto de aprender, otras para abrir un nuevo foco profesional o, en otras ocasiones, para promocionar en el trabajo actual.

Y es que, especialmente, somos las mujeres quienes nos supraformamos (en comparación con nuestros compañeros masculinos) para promocionar al mismo nivel que ellos. El panorama pírrico de mujeres directivas en empresas, Consejos de Administración, patronatos o juntas es desolador. Como lo es también la brecha salarial entre hombres y mujeres, puesta de manifiesto una y otra vez por distintos organismos. Por citar alguno, la Comisión Europea cifra la brecha en una media del 16%, pudiendo llegar en algunos países hasta el 45% (y no precisamente los de la cola en resultados de crecimiento económico). Por su parte, el Foro Económico Mundial analizando este año 144 países concluyó que la desigualdad económica (de salarios y oportunidades laborales) es del 42%.

Probablemente sea ésta la razón del insistente interés femenino en la formación. De hecho, los datos del Foro Económico Mundial refieren que la diferencia en logro educativo es solo del 5%. ¿No debería ser, quizá, también ésta como máximo la desigualdad económica? ¿O la del empoderamiento político que, según el mismo organismo, se sitúa en un escandaloso 77%?

Probablemente nos supraformamos para intentar reducir la brecha de salarios y oportunidades laborales. Nos damos ese gusto (nos encanta acumular capital formativo, sí) pero la realidad es que también se nos exige más a nosotras para alcanzar el mismo sueldo y posición que ellos. Fijaos, si no, en lo que argumentan algunos en contra de las cuotas de género: suelen decir que no son necesarias porque, entonces, quizá acceden a las posiciones mujeres que no lo merecen o no tienen suficiente nivel. No se dan cuenta que una cuota del 50% lo que significa es que debe haber también la mitad de hombres y, en cambio, de ellos no se cuestiona el nivel. No me trago que por el hecho de ser hombre se esté más preparado o que haya más hombres aptos que mujeres aptas para ser directivos o formar parte de consejos, juntas o gobiernos.

Las versiones más pesimistas de esta evolución de la brecha de género sitúan en más de 200 los años que deben pasar para conseguir la igualdad, pero, en plena sociedad del conocimiento, en un mundo que no puede avanzar sin él, los estudios y la formación nos dan una ventaja en la que confiar para acortar ese período. Además, si no se supraforman, ellos se van a perder este placer.

Marta Aymerich

Vicerrectora de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)

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