Micromachismos

Mª ÁNGELES TEJADA. RANDSTAD

Con demasiada frecuencia, muchas mujeres directivas, empresarias y trabajadoras tienen que disimular su talento para sobrevivir en sus puestos de trabajo. En mi caso y en el de muchas colegas, hemos sufrido lo que se denomina el mansplaining o la condescendencia de determinadas personas del otro sexo. Es algo que simplemente ocurre y que parecemos haber aceptado, a pesar de que la realidad y los hechos, como lo están demostrando muchas mujeres en la gestión política, empresarial y social, ponen de manifiesto que somos tanto o más eficientes y muy responsables en las tareas que realizamos.

Me ha encantado el estudio sobre el lenguaje como perspectiva de género que ha realizado la catedrática Dra. Estrella Montoliu, creando una fonoteca de micromachismos, en el que han participado 100 mujeres, dando testimonio verbal, a través de un programa de RNE, en el que han explicado experiencias reales y del día a día, siempre con referencia a expresiones de lenguaje y su impacto social. Con ello se evidencia de forma espontánea esta “creencia” de que hombres y mujeres no son iguales, se exponen situaciones tan convencionales como por ejemplo cuando una mujer quiere dar una solución a un tema técnico y el cliente (hombre) busca la ratificación de un técnico masculino; también cuando una mujer merece un justo reconocimiento por un trabajo y tiene que escuchar que su eficiencia se debe a una visión masculina, aunque en un cuerpo femenino. Otras más prosaicas, como la ciclista femenina que en su ruta se “atreve” a aconsejar a un grupo de ciclistas masculino que pueden mejorar el rendimiento con un cambio de desarrollo en los engranajes, soportando la reacción sarcástica de los corredores varones. Todo ello es muy interesante, por la influencia que tiene el lenguaje en las relaciones profesionales y personales y como pueden condicionar la normalidad a la que aspiramos. Por ello, creo que es muy recomendable que hablemos de estos temas a fin de conocer en qué punto nos encontramos en este viaje hacia la igualdad de género.

Por fortuna vivimos en un modelo de sociedad en el que la resolución de problemas es más decisiva que la condición del sujeto y es probable que al final sean los androides o los robots quienes nos faciliten la vida. Y más allá de los grados de formación superior, voy a romper una lanza más en favor de la formación profesional, ya que en este último año todos hemos comprobado la importancia de todas estas pequeñas cosas que nos ayudan a vivir y que pasan desapercibidas, como sería el “rol” de la gente de oficio, porque no seríamos nada sin el repartidor, la gente que limpia, los que se ocupan de que tengamos energía o agua corriente en casa, la cajera del súper, el ganadero, el granjero, el hortelano o el furgón que nos trae la comida y todo lo que nos hace falta.

Todo eso debe servir para entender la complejidad del mundo en que vivimos y la importancia que tenemos todos y cada uno al servicio del conjunto, porque el mundo solo puede entenderse como el engranaje de una bicicleta. A menudo, como hacemos todos, intento abstraerme y ver el mundo con más objetividad, y al final me tranquiliza saber que somos demasiado débiles, vulnerables y perecederos, porque en el fondo somos incapaces de vivir sin los demás, y no me refiero a la componente emocional o social -que es básica- sino porque el “otro” tiene lo que a mí me falta. No lo sabemos todo, pero ser inteligente consiste en tomar conciencia de nuestras enormes limitaciones. Supongo que, si tuviéramos la humildad de sentirnos simplemente humanos, hasta podríamos respetarnos y tratarnos como tales, nos olvidaríamos de micromachismos y hablaríamos de macropersonas, y hasta llegaríamos a poder comunicarnos y discutir con respeto. Tan fácil como intentarlo.

Mª Ángeles Tejada

Directora de Public Affairs de Randstad y Presidenta de Honor de Fundació Fidem

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