Las penas con pan…
Ya me gustaría, ya, que la realidad me dejara escribir sobre algo que sabe a dulce, pero como reza el rizo o se eriza el erizo, la realidad se impone brutalmente. Mi primera intención era la de escribir sobre esa crónica blanca que existe, y es verdad: el verano y sus perlas doradas al sol, los “txiringuitos” (ahí me ha salido mi vena vasca), sobre los buenos momentos bajo la sombrilla y un buen libro. Quería traer a éste, mi rincón, un amor adulto con ínfulas de adolescencia tontorrona y mariposas en el estómago. Un amor, de nerviosita perdida, pendientita del móvil, brillo en su mirar, de sonrisa perenne y algo bobalicona, como la de un primer amor a los 72 años… Pero la realidad ha superado -con creces- a mi inicial tendencia a lo bonito.
La realidad ha caído cual tromba de agua triste en Córdoba arrastrando todo lo que le venía en gana; como asaltador despiadado de western en Pontevedra, con hambre y destrucción en Pakistán y la India, siempre a los que menos tienen. Siguen aumentando los asesinatos de las parejas en manos de sus parejas (o ex). Aparecen cadáveres en las cunetas por no seguir el cruel juego de los narcos mexicanos; mujeres engañadas con el Dorado de una vida mejor que luego son vendidas en los del farolillo rojo, (…) En verano siempre nos parece más oscura y triste esta crónica negra, a la que se le une la de tono gris: el conflicto con Marruecos y la visita a Melilla de Aznar; el juego de la yenca que se trae el Gobierno: “arriba impuesto, pues ahora no, ni izquierda, ni derecha, un dos tres”; para rematarlo con el tema de los presos políticos cubanos. Después de años de represión y rejas, no contentos con venirse para España, con pulserita de todo incluído, les alojan en un spa de a 60 leuros (como dice Carlos Herrera) la noche. ¡Pero estamos locos o qué! Y son 12 de familia. Y le pregunto al gobierno éste de “papeles para todos”, ¿les pagaremos también los cacahuetes del minibar?.
Volvamos al lado amable de la vida. Quiero hablar de Amor. De qué da igual la edad que se tenga y de que el amor no tiene edad. El corazón no entiende de horas; se detiene el tiempo mientras “clavas tu pupila en mi pupila azul”. El amor a los 72 años es una bendición del destino (bueno, a esa y a cualquier edad). ¿No tiene la mujer y el hombre el derecho a rehacer su vida, a volver a sentir ese gusanillo en la tripa, esas ganas de gritar al viento de Levante, a emocionarse cuando le dicen te quiero? Pues sí, ante tanta injusticia y brutalidad de telediario, yo reivindico, para mi rincón, la crónica blanca de un verano que quisiera recordar como el verano, en el que la madre de una amiga de Bilbao (de esas de toda la vida), que tras nosecuántos años de viudedad, ha encontrado el amor. ¡Muy bien Mariángeles! Envidia me das, que yo, a este paso, me quedo para vestir santos. O como decía mi abuela Maruja, birrotza perdida!!!
Mónica Urgoiti