Las buenas palabras
Dice el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) que la lengua -además del órgano muscular- es el «sistema de comunicación verbal y casi siempre escrito, propio de una comunidad humana» y que el lenguaje es el «conjunto de sonidos articulados con que el hombre manifiesta lo que piensa o siente»; la «manera de expresarse (lenguaje culto, grosero, sencillo, técnico, forense, vulgar)»; el «estilo y modo de hablar y escribir de cada persona en particular»; el «uso del habla o facultad de hablar»; el «conjunto de señales que dan a entender algo (el lenguaje de los ojos, el de las flores)»; incluso el «conjunto de signos y reglas que permite la comunicación con un ordenador». Pero, ¿qué es el lenguaje no sexista o, mejor dicho, el uso no sexista del lenguaje?
En los últimos tiempos asistimos a un creciente debate en torno a conceptos como uso incluyente del lenguaje; uso asimétrico en el tratamiento; o uso del género gramatical masculino como genérico. Detrás está la idea de hacer visible la creciente integración social y laboral de la mujer a través de la herramienta social más importante que tenemos los seres humanos para expresar lo que vemos, sentimos o pensamos: la lengua.
Está claro que con su uso podemos herir, agradar, engrandecer, empobrecer, incluir o excluir y un largo etcétera, pero -a mi juicio- y, aún teniendo claro su papel esencial, considero que existe una enorme confusión sobre el uso que de la lengua se está haciendo para propiciar la igualdad entre hombres y mujeres. No puedo evitar un cierto malestar al escuchar el uso que personas relevantes socialmente realizan de los femeninos y masculinos en sus pobres «discursos integradores» y el hastío que me producen esas interminables disertaciones políticas llenas de giros y más giros, con palabras de difícil encaje como actoras. La intención es enormemente positiva, pero considero que el resultado final es que, detrás de un telón de lenguaje forzado, las ideas esenciales acaban por desvanecerse, con un subsiguiente empobrecimiento permanente del castellano.
Como profesional de la información, quisiera entonar también el mea culpa. Los periodistas, en general, carecemos de herramientas suficientes para poder escribir y hablar de una manera correcta y completa de todas y cada una de las materias sobre las que tenemos que trabajar. Sin embargo, el uso genérico de la lengua es siempre el mismo y está lejos de ser el correcto. Faltas ortográficas, de concordancia o puntuación, errores gramaticales, uso incorrecto de términos, palabras que se ponen de moda y se repiten constantemente. Y, si no hacemos un uso correcto de la lengua en general, ¿cómo vamos a poder realizar un uso no sexista del lenguaje?
Por supuesto que yo, como tantos otros, cometo a diario estos errores y algunos más, y por ello me planteo como reflexión si no sería más importante aprender primero a usar correctamente la lengua para poder construir mensajes en los que las mujeres no nos sintamos discriminadas, excluidas o heridas. Quizá deberíamos preguntarnos todos si no hay otra manera no discriminatoria de expresarnos más enriquecedora para todos. De mi suegro aprendí muchas cosas, entre ellas que el Diccionario de la Real Academia de la Lengua no es aquel que utilizamos en el colegio y un día olvidamos en una repisa, sino un libro de consulta y enriquecimiento permanente. Otro tanto cabe decir de la Gramática castellana o del Diccionario de Sinónimos y Antónimos. ¿No sería ésta una excelente oportunidad para profundizar y explotar todas las posibilidades de nuestra gramática y lengua y, de camino, enriquecernos culturalmente? Yo creo que sí.
Susana Muñoz