La cuenta, por favor

Isabel GarcíaIsabel García

No falla. No hay nada mejor como acudir a un restaurante con tu pareja para comprobar como la “España profunda” sigue estando ahí, para comprobar que eso de que hombres y mujeres somos iguales es un cuento chino que no paran de vendernos. Les cuento, aunque seguro que a más de una, y de uno, les sonará la historia. Abrimos la puerta del restaurante, nos atiende el metre, quien, fijando su mirada en él, pregunta que cuántos seremos. “Dos”, dice mi pareja. Y piensas, a lo mejor yo no sería capaz de sumar uno más uno. Pero bueno, no pasa nada, será que él ha entrado primero. A continuación nos indica unas escaleras para subir a la mesa y sin saber cómo se abre ante mí un vacío. Y piensas, se ve que me toca subir primera, igual creen que con los tacones que me he colocado me puedo caer y necesito un pecho masculino que soporte esa posible caída. Pero bueno, no pasa nada, un gesto de galantería que acepto. El paso siguiente es pedir la bebida, y dice él: “Una cerveza y una botella de agua, por favor”. Se acerca el camarero y sin mediar palabra le colocan la cerveza a él y el agua a mí. Y piensas, ¿yo había pedido cerveza o agua? Pero bueno, que no pasa nada, será que hoy he escogido uno de esos vestidos “fashion” que venden ahora y que lo mismo sirven para ir a la moda como para guardarlos en tu fondo de armario para cuando te toque estar en estado de buena esperanza. Así que nada, no pasa nada, será que el camarero ha pensado que estoy de cuatro meses y que como tal no debo beber alcohol. Llega la hora de pagar, pide una servidora la cuenta y al traérnosla la dejan justo en la mitad de la mesa. Y piensas, no se acordará de que he sido yo quien la ha pedido. No pasa nada, pago la cuenta. Donde ya sí que pasa es cuando traen el cambio y, como era de esperar, se lo dan a él. Aquí ya no hay nada que pensar, no hay excusas que valgan. Lo queramos o no, nos guste o no, estamos en una sociedad machista. De acuerdo, muchísimo menos que hace 50 años, pero es machista. Así que nada, realizada la comprobación y obtenida la conclusión de que hay cosas que no cambian por mucho Ministerio o Ley de Igualdad que haya, sólo me quedó recordarle al camarero quien fue la persona que pagó la cuenta para ver si así en la próxima visita al restaurante, además de devolverme mi dinero, me dejan tomarme la cerveza a gusto.

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