La esperanza del gueto de Varsovia

Heroína polaca del Holocausto  rescatada del olvido que se arriesgó salvando a 2500 niños judíos de una muerte segura, Irena Sendler representó la valentía y bondad en unos años en los que la humanidad quedó entredicha y sepultada por la locura y la barbarie.

Su imperdible labor a lo largo de la Segunda Guerra Mundial no fue reconocida por el mundo hasta 50 años más tarde gracias a un grupo de estudiantes de Kansas (EEUU) que, investigando en 1999 para un trabajo sobre el Holocausto, se toparon con esta figura extraviada durante décadas.

Irena nació en febrero de 1910 en Otwock, Varsovia. La personalidad de su padre, médico rural, fue determinante para el desarrollo de un carácter abierto y sensible,  a pesar de que murió cuando ella solo tenía 7 años. En los 30, una joven Sendler comenzó a trabajar como voluntaria en servicios sociales atendiendo a familias judías que vivían en la pobreza antes de la ocupación nazi. Asimismo, en 1942 se unió al Partido Socialista Polaco y al movimiento de resistencia Zegota (Consejo de Ayuda a los Judíos).

En el mismo año, tras la invasión nazi de Polonia en 1939, el número de deportaciones de judíos aumentaron, siendo encerrados en el conocido gueto de Varsovia. Ante el horror y crueldad contemplados, Irena estuvo convencida de ayudar en la medida de lo posible a las miles de personas que soportaban día tras día las injusticias inhumanas del  fascismo. Para ello, centró su atención en todos aquellos niños inocentes  ideando varias maneras de evitar sus asesinatos y  lograr su supervivencia. Se hizo con un pase del departamento de Control Epidemiológico de Varsovia para entrar y salir del gueto legalmente.

Además de llevar diariamente medicamentos y comida, pronto comenzó con su misión mediante la ayuda de varios cómplices.  Sendler escogía a aquellos niños cuyos rasgos y acento en el idioma no los delatara mucho a la hora de hacerse pasar por cristianos. Muchos menores huían en el primer tranvía de la mañana ocultos entre los adultos que sí estaban autorizados a trabajar en el exterior. La Iglesia también era una vía para sacar a los más pequeños de aquel lugar siniestro, pues contaba con varios puntos de acceso, uno de ellos secreto. No obstante, a veces la única forma de escapar era atravesando las cloacas o los sótanos de aquellos edificios situados junto a las murallas del gueto.

Estas prácticas clandestinas fueron inadvertidas durante un tiempo por los soldados nazis. Irena logró evacuar hasta 2500 niños. Los miembros de la organización Zegota se encargaban de la falsificación de documentos, dotando a cada niño de un nuevo nombre eslavo, así como de un certificado de bautismo. Una vez fuera de peligro, los menores eran adoptados por familias de confianza. También era frecuente que se quedaran en conventos u orfanatos cristianos en los que su vida estaba casi asegurada. Por su parte, Sendler se encargó de salvaguardar todas las identidades verdaderas en pequeños frascos de cristal que enterraba discretamente en el jardín de su vecino. Fue así como tiempo después los niños recuperaron sus nombres y apellidos.

Desgraciadamente, esta estoica mujer vio descubierta su labor tras la confesión bajo tortura de una lavandera del gueto. Aunque fue detenida y sometida a una infinidad de castigos que le provocaron, entre otras lesiones, la rotura de pies y piernas, Irena no reveló nunca  el paradero de los pequeños. Ante su silencio, la Gestapo ordenó ejecutarla. No obstante, en un último momento, componentes del Zegota consiguieron sobornar a un soldado para que la liberara. De esta manera, Sendler continuó viva bajo una identidad falsa.

Una vez finalizada la guerra con la derrota de los fascismos, el reconocimiento de esta mujer nunca llegó, pues quedó enterrado por los años, también oscuros,  de la Guerra Fría y el comunismo en Polonia. Tal y como se indicó en las primeras líneas, fueron estos jóvenes estadounidenses los que procuraron que la historia de Irena Sendler saliera a la luz. Murió a los 98 años de edad en Varsovia el 12 de mayo de 2008, tras ser propuesta un año antes al premio Nobel de la Paz, finalmente concedido a Al Gore. A pesar de lo aplaudida y aclamada que estuvo desde su descubrimiento en 1999, Sendler nunca vio nada de extraordinario en su labor. Tal y como repitió en varias ocasiones, “yo no hice nada especial, solo hice lo que debía, nada más”.- Alicia Cruz Acal

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