Elena Lucrezia, la primera mujer en graduarse en el mundo

¡No fue fácil lograr el título en 1678! La primera mujer en graduarse en el mundo fue veneciana. Pero Italia no solo no presume de ello sino que ¡ni siquiera lo sabe! O al menos, hay muy pocos que la conocen.

Elena Lucrezia Corner Piscopia, la quinta de siete hermanos, nació en 1646 en Venecia. Desde muy pequeña demuestra ser un pequeño genio, con asombrosas habilidades de aprendizaje. Su padre era un noble veneciano, partidario de que Elena creciera con una buena educación. La niña era una apasionada de la filosofía y los idiomas, de la música y la poesía. A los 19 años, Elena tomó los votos como monja benedictina mientras continuaba viviendo con su familia. Esta elección que le permitiría conocer las reglas de la Orden y, al mismo tiempo, continuar ligada al mundo académico  y, así, poder seguir sus estudios.

Su especialidad eran los estudios filosóficos, pero su cultura era inmensa. Conoce como si fuera su propia lengua: el latín, el griego, el francés, el inglés y el español y, además, estudiaba hebreo. También tocaba, cantaba y componía poemas.

Elena goza de ilustres maestros y una gran reputación que le precede. De hecho, en 1669 la acogen en algunas academias de la época y muchos estudiosos extranjeros se ponen en contacto con ella para conocerla. Mientras tanto, después de haberse matriculado en la Universidad de Padua, presenta, apoyada por su padre, la solicitud para graduarse. Aquí está la desagradable sorpresa. ¡A una mujer no se le permitía recibir el título de Doctor en Teología!

Así comienza una larga controversia entre la universidad, que había aceptado la graduación, y el cardenal Gregorio Barbarigo, cuya autorización, como canciller de la universidad, era necesaria. Finalmente, a los 32 años, Elena obtiene su título. Sin embargo, no en teología, sino en filosofía

El 25 de junio 1678, Elena defiende su tesis y es aceptada por el Colegio de Médicos y Filósofos, aunque esta no le da la posibilidad de enseñar por el hecho de ser mujer. La ceremonia tuvo lugar en un espacio más grande del inicialmente propuesto.  Las crónicas de la época hablan de 20.000 personas.

En este momento, Elena se convirtió en una celebridad. Todo el mundo la buscaba y todos querían hablar con ella. El rey de Francia, Luis XIV, incluso pide al cardenal de París, que se dirigía a Roma, que pase por Padua para averiguar, acompañado por dos docentes  de la Sorbona, si la reputación de la mujer era merecida. Los tres la confirman.

La vida dedicada al estudio, sin embargo, socava la salud de Elena Lucrezia, que muere el 26 de julio de 1684, a los 38 años. Entre las deudas y la voluntad de los monjes benedictinos, de ella no quedará si siquiera su estatua, esculpida por encargo de su padre. Cuanto más famosa había sido en vida, más pronto fue olvidada en muerte.

Debemos incluso esperar hasta 1895 para que una abadesa benedictina americana haga localizar la tumba de Elena en Padua, en la Basílica de Santa Giustina. Y hasta 1969, la Universidad de Padua no comienza una investigación sobre Elena. Los estudios confirman la verdad.

A Elena se le ha dedicado un cráter en el planeta Venus… pero ha sido olvidada en el mundo académico. Por eso, una publicación periódica italiana, escribió en 2016 una carta a todos los rectores de las universidades italianas, para pedir que se dedique un aula en todos los ateneos a la primera mujer graduada de la historia. Las respuestas han sido pocas y modestas.

Italia tiene una deuda con ella y el relato de su historia puede ser una forma de honrarla y situarla en el lugar que siempre le ha pertenecido. Pero al igual que Elena, el mundo está en deuda con muchas mujeres, mujeres que han marcado la historia y son ignoradas u olvidadas. Contar sus historias  es un primer paso para “saldar la deuda”.

Anna Conte

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