La depresión afecta anualmente a un 10% de la población

“No es lo mismo basta o bastar / Ni es lo mismo, decir, opinar, imponer o mandar…” dice una de las canciones de Alejandro Sanz. Siguiendo con esta premisa, podemos decir que no es lo mismo estar triste que tener una depresión.

El principal problema para distinguirlas es quizá la banalización. Cuando identificamos tristeza con depresión estamos tomando la parte por el todo. Podríamos decir que la tristeza se pasa, pero la depresión se mantiene. De hecho, la depresión es una enfermedad, y como tal está tipificada por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que estima que anualmente afecta a un 10% de la población, y al doble de mujeres que de hombres.

Quienes se encuentran en un estado de tristeza, normalmente identifican la causa. En cambio, la mayoría de las personas que padecen depresión tienen dificultad para encontrar el origen. La expresión “estoy depre” que tantas veces escuchamos a personas de cualquier edad, sexo y condición, hace un flaco favor para que percibamos la importancia de una enfermedad que produce sentimiento de culpa, falta de interés o deseo, cansancio, trastornos del sueño, dolores crónicos y pérdida cognitiva, entre otros efectos.

“Un alma triste puede matar más deprisa que un germen”, dijo una vez el escritor John Steinbeck, confundiendo, una vez más, la tristeza con la depresión. No obstante, en este caso al introducir el concepto alma, el autor de Las uvas de la ira, se acercaba más a la desazón que produce esta enfermedad.

Pero quizá el mayor problema con el que se encuentran los enfermos de depresión es la incomprensión. “Desde fuera todo parece mucho más fácil y se tiene la sensación de que quien está deprimido es porque quiere, que se puede salir de ese estado por las buenas. Lo cierto es que no es así. Hace falta, en la mayoría de los casos, ayuda profesional” según Cruz Roja española, entidad que trabaja en colaboración con los Laboratorios Servier en el programa DEXPRESIONISMO para visibilizar la enfermedad a través del arte.

La llegada de esa ayuda es un momento crítico. Porque el paciente tiene que dar el paso para pedirla. Si no lo hace, lo más probable es que la enfermedad se agudice y, por lo tanto, sea más difícil enfrentarse a ella. Y hay que estar alerta. Porque, aunque desaparezca en un primer momento, se pueden sufrir recaídas a lo largo de toda la vida. La tristeza también viene y va, pero es más una actitud que no te impide vivir.

Hay grandes películas que han tratado el tema de la depresión, con valentía y rigor. Su visionado puede ayudar a entenderla y quizá, de alguna manera, a afrontarla. Proponemos dos títulos: Helen (2009), dirigida por Sandra Nettelbeck y protagonizada por Ashley Judd, es un caso de manual que presenta un cuadro muy fiel a la realidad de esta enfermedad. Y Cake (2014), una película de Daniel Barnz, con Jennifer Aniston, que sufre una depresión severa tras la muerte de su hijo en un accidente. Una película que, además, trata el tema de la medicación, algo que genera, no pocas veces, un rechazo casi irracional.

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