Consolas rosas
He de confesar que lo mío nunca han sido los videojuegos. Es más, aún recuerdo aquella Game Boy y su Tetris, ésa que después de diez fases encajando piezas de diferentes formas dejaba sobre la mesa, cansada de perder el tiempo con el aparatito. Tan sólo consistía en demostrar a mi hermano, más que hábil en estas lides, que yo también era capaz de unir piececitas. Y con diez fases creo que ya estaba más que demostrado. Hoy recuerdo este Tetris y hasta lo echo de menos cada vez que veo a mis sobrinas jugar con su consola, rosa por supuesto. No sé si es la Wii, la Brain Training, la Play Station, la Xbox,… de esto no entiendo y como se suele decir, a Dios gracias. Lo que sí sé es lo que ven en esas pantallitas en la que les enseñan a maquillarse o a cocinar, por no hablar cuando les ayudan a imaginar como «ser mamá», «ser cocinera», «ser animadora», «ser profesora»… Videojuegos que se dedican a trasladar estereotipos sexistas a los juegos y que las niñas asimilan como pauta adecuada. Porque, no olvidemos, las niñas y niños como aprenden es jugando.
Pero, ¿de quién es realmente la culpa de la existencia de unos videojuegos que han vendido millones de unidades en todo el mundo? ¿De la industria? ¿O de los adultos que al fin y al cabo somos los responsables de lo que permitimos o dejamos de permitir que llegue a nuestros hijos? Ah, no. La culpa es de la empresa por hacerlos y distribuirlos. Así es más fácil, ¿no?
Isabel García