Confusión de términos
Todos sabemos que hay muchas formas diferentes de amar. No es lo mismo querer a tu madre que a tu mascota, como tampoco es lo mismo querer a tu pareja que a tu mejor amigo. Incluso, de vez en cuando, el destinatario de nuestro cariño puede ser un buen libro o nuestro trabajo.
A veces amar nos hace felices y otra vez desgraciados, muchas veces somos correspondidos y otras veces no lo somos. También la intensidad puede ser diferente: algunas veces parece que se nos desgarra el alma y otras veces el amor es sólo un tibio y leve cariño hacia la otra persona. Y para más complicación, normalmente el amor no es estable, sino que cambia y evoluciona hacia nuevas formas.
Seguramente tenemos tantas formas de querer como personas conozcamos y esa complejidad y ese misterio forman parte de la fascinación que sentimos por los sentimientos que nos inspiran los demás.
El problema viene cuando confundimos amor con algo completamente distinto. Puede ser difícil definir qué es amor pero seguro que casi todos tenemos claro lo que no es.
Amar no es renunciar a ser uno mismo, no es perderse en otra persona, no es volverse dependiente y olvidar qué cosas son importantes en la vida. Amar nunca es perder nuestra libertad.
Pero amar tampoco es pretender ser lo único importante en la vida de otra persona, no es pedir que se adapten a nuestra vida en todo, no es sentir que la otra persona es de nuestra propiedad y apartarla del resto del mundo imposibilitando que se desarrolle como ser humano.
Es cierto que cualquier relación nos quita siempre algo de nuestra libertad personal, libertad que entregamos tranquilamente a cambio de todas las alegrías que nos trae la compañía de otras personas. Sin embargo, existe un límite que no debemos cruzar porque, después de todo, el amor más importante en nuestra vida es el amor y el respeto que debemos sentir por nosotros mismos.
Muchas veces cuando pensamos en violencia doméstica sólo consideramos los moratones, los gritos e insultos, el daño físico y la agresividad, pero en la base de eso hay todo un sistema de creencias mucho más profundo y dañino.
Saber amar a otras personas de forma sana y natural no es algo innato en nosotros. Como casi todo en el ser humano es algo que se enseña y se aprende desde que somos pequeños.
Cuando la prensa recoge un nuevo caso de maltrato me pregunto asombrada cómo alguien puede hacerle daño a su hijo, a su pareja o a sus padres a pesar de quererlos. Y no encuentro ninguna respuesta.
Quizás es que haya estado planteando mal la pregunta y sencillamente la respuesta sea que no los quiere.