Burka

Isabel GarcíaIsabel García

Nicolas Sarkozy ya lo dejaba claro el pasado verano: «El burka no es bienvenido en Francia». Son palabras del presidente francés sobre una prenda que considera incompatible con los valores del país por lo que representa de sumisión de la mujer y palabras que todas y todos podemos suscribir. Otra cosa es el modo de oponerse a su uso. Y es que el debate sobre la utilización del burka o del nigab está abierto ahora que Francia está a un paso de prohibir su uso con multas de hasta 750 euros a las mujeres que los lleven. Como dice la periodista Nicole Muchnik, para una mujer occidental, como una servidora, es muy difícil hablar del burka  con la cabeza y no los sentimientos, por lo que nos afecta esa ostentación de sumisión, de servidumbre de la mujer, esa negación extrema de la igualdad entre los sexos. Pero lo voy a intentar preguntándome si verdaderamente la solución pasa por la imposición. Y la solución, ¿a qué? ¿para quién? ¿Para que en países como Arabia Saudí o Afganistán las mujeres dejen de pasar toda la vida bajo la tutela de un hombre? ¿Para que puedan conducir, solicitar un préstamo, o viajar sin autorización masculina? ¿Para que en los transportes públicos entren por la misma puerta de acceso que los hombres? ¿Para que las escuelas de niñas dejen de ser objeto de atentados con bombas? O… ¿para que el uso del velo integral deje de chocarnos y perturbarnos a los occidentales ahora que ha llegado a nuestras puertas? Y, ¿qué quiero decir con todo esto? Que la prohibición del uso del burka es una sanción, nada más. El problema es que el burka entendido como un símbolo de opresión y de superioridad del hombre sobre la mujer hay que combatirlo con medidas culturales, no sancionadoras. El problema es que hace falta un trabajo educativo que garantice los derechos de las mujeres, decirles que tienen la opción de elegir entre llevarlo y no llevarlo, de comportarse sin tener miedo a nada ni a nadie pues el Estado de derecho es el garante de sus decisiones.
 
Isabel García

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