El futuro pasa por la diversidad

Antonella Fayer

Uno de los aspectos que compruebo a menudo en mi trabajo es el valor de la diversidad y cómo se ha convertido en un elemento fundamental para el enriquecimiento y crecimiento de las personas. Son evidentes los beneficios que tienen las organizaciones que asumen políticas de diversidad en su ADN, del mismo modo que compruebo la gran desventaja que implica no potenciarla y aparcar todo aquello que la potencia sin tibiezas.

Porque si de algo estoy convencida es que la diversidad de capacidades, cultura, de raza, sexo, orientación sexual, edad, ideología, o cualquier otra condición socioeconómica, genera un entorno de creatividad, innovación y compromiso que se traduce en una mejora continua en todas las empresas. Es una ventaja competitiva, que incluye culturas, estilos, destrezas, educación y formas diferentes de ver el mundo.

La diversidad debe ser una máxima para las empresas del siglo XXI. Esas empresas que, en el libro que acabo de escribir, junto a Jorge Salinas, La empresa camaleón y las 6 claves de su salto evolutivo, tienen las características del camaleón, capaces de adaptarse al cambio, organizaciones capaces de asumir esa diversidad que permite reconocer sin sesgos, aceptar, valorar las diferencias y aprovecharlas.

Efectivamente, la clave pasa por aprovechar esas diferencias; de hecho, la mayor parte de los estudios sobre la diversidad en el trabajo dedican algún apartado de su análisis a determinar las causas de su éxito. El estudio ‘Innovation, diversity and market growth’ del Center for Talent Innovation ofrece las claves para entender qué factores generan las empresas más exitosas: los grupos de trabajo con uno o más representantes del mismo género, etnia, cultura, generación u orientación sexual que el/la consumidor/a objetivo/a incrementa hasta en un 158% las posibilidades de dar en el clavo a la hora de definir las necesidades de los consumidores, por lo tanto, de triunfar en el mercado.

También en torno a la diversidad me gustaría apuntar que parece que en los próximos años se van a crear un millón de empleos en el sector STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), pero esto no puede suceder dejando fuera a la mitad de la población. Una sociedad que se denomina inteligente y avanzada no puede prescindir del 50% de la innovación, del talento y de la creatividad.

En el caso del sector STEM en concreto, tiene que ver mucho la diversidad de género. Los estudios muestran que las jóvenes no eligen carreras tecnológicas porque carecen de referentes, pero las filiales españolas de varias de las tecnológicas más relevantes, Google, Facebook, Microsoft o IBM, entre otras, están dirigidas por mujeres. Lo que según la directora del Instituto Vasco de la Mujer- Emakunde, Izaskun Landaida tiene que ver con que “a las niñas no les faltan modelos porque no haya habido, sino porque estos se ningunean”.

La presencia de la mujer en el entorno laboral se ha multiplicado en las últimas décadas, pero su papel dista mucho de ser equiparable al de sus colegas hombres. El informe ‘Gender Diversity in Senior Positions and Firm Performance: Evidence from Europe’, publicado por el Fondo Monetario Internacional en 2016, muestra que las mujeres tan solo ocupan el 19% de los puestos directivos de las 600 grandes empresas europeas. Aún más tímido es el ínfimo 4% de CEO mujeres en estas compañías. Dos cifras alejadas del objetivo del 40% marcado por la Comisión Europea para el 2020.

La realidad es contundente y no admite atajos, pero al menos ahora, sabemos cuál debe ser el camino que debemos seguir.

Antonella Fayer

Coautora de La empresa camaleón y las 6 claves de su salto evolutivo

(LID Editorial)

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