El siglo de la mujer trabajadora

Mª Ángeles TejadaA alguien debería ocurrírsele que en vez de celebrar el día de la mujer trabajadora el 8 de marzo se celebrara “el siglo” o mejor el milenio de la mujer trabajadora, porque eso no parece que vaya a cambiar y, a lo mejor, tampoco hace falta.

Bastaría, quizás, un poco de reconocimiento y simplemente normalizar lo que ya es “normal”. Recuerdo que un día, un hombre de empresa me apuntó algo así: “debería celebrarse también el día del hombre trabajador, ya que “nosotros” debemos mantener una familia”. Claro que ya ha pasado mucho tiempo, pero adiviné que habría que ponerse en marcha, empezando de forma especial por el cambio en la educación y en los valores, algo que aunque muy despacio, afortunadamente ya se va asumiendo.

Con los años, además del recordatorio “festivo” parece que va llegando un cierto cambio en la sociedad, claro que aún faltaría pagar un “salario digno” a todas y especialmente a la figura profesional más polivalente que no es otra que la ama de casa. Pero todo llegará, como llegaron las “cuotas” de representación, aunque las auténticas que son de “poder”, ésas hay que ganárselas cada día en lo que hacemos.

Quizás el mejor filtro competencial del que disponemos actualmente, sea para las mujeres que somos y hemos sido capaces de hacernos empresarias, estas colegas que se han atrevido a hacerse emprendedoras, motivadas por múltiples razones, necesidad, herencia, complicidad o simplemente vocación, que no es otra cosa que trascender este camino de riesgo que significa a menudo, ocuparse de que una familia funcione, para realizarse a través de un proyecto personal que pueda integrar a otra gente para crecer juntos.

Lo que cambia entre el “emprender” y la “expendeduría”, quizás sea la motivación, ya que en alguien del otro género tiene que ver con la competitividad, el triunfo personal, la admiración de los demás o el poder, mientras que, para la mayoría de empresarias de éxito que conozco, lo importante es que el mérito sea del grupo porque la idea funciona. La competitividad consiste en hacer las cosas mejor que los demás, porque una mujer no puede permitirse ser mediocre y casi siempre el mejor reconocimiento, no es económico, basta la emoción de los que le rodean.

No es que renunciemos a competir, sino que lo hacemos de otra forma. Hay una historia conmovedora que define esta actitud tan femenina, supongo que les sonara poco el nombre de Ameneh Baharamí, esta mujer iraní que perdió la cara con el ácido que le echó un hombre despechado y que vive en Barcelona. Luchó por su vida y para conseguir que se aplicara la “ley del Talión”, ya sabéis el “ojo por ojo” muy vigente en países islámicos, finalmente los tribunales le dieron la razón y entonces, decidió no actuar de la misma forma que lo habían hecho con ella destrozándole la vida. Sólo desde esta perspectiva puede entenderse el talante y el enorme valor femenino. A menudo nos basta el reconocimiento, y puede que hasta tengamos que tragarnos el orgullo, pero sabemos que el orgullo no engorda.

Mª Ángeles Tejada
Directora General de Randstad Public Affaire y Presidenta de FIDEM

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