Sor Ángela de la Cruz, una zapatera sin estudios que funda una obra con miles de seguidoras
Zapatera de profesión, casi oficiala de primera, en el taller de calzado a medida de doña Antonia Maldonado, en Sevilla. En esta ciudad había nacido a finales de enero de 1846. Sin estudios que no fueran los básicos de saber leer y escribir, con mediana caligrafía y algunas faltas de ortografía, algo de cuentas y poco más. Pobre, pero «limpia como los chorros del oro», porque en su casa lo eran y porque -como escribía uno de sus biógrafos- la limpieza es lo que impide que la pobreza degenere en miseria. Apenas adolescente -12 o 13 años- se pone a trabajar porque hay que arrimar otro salario a la modestísima economía familiar.Es en aquel taller donde comienza la extraordinaria aventura de esta mujer sevillana. Un corazón generoso para la que no puede pasar inadvertida la necesidad de los andaluces y de las andaluzas de su tiempo. El sufrimiento de los demás no puede serle ajeno y opta por una suerte de maternidad que rompe cualquier otro límite para acoger a todos los que necesitan de los demás para superar situaciones de pobreza y de desamparo, en una Andalucía muy diferente de la actual. No pronuncia elevados discursos, ni llena de frases elocuentes el paisaje, se pone manos a la obra y actúa con coherencia y ofreciendo su propia vida en ello.Una vocación religiosa le lleva a poner en el punto de mira de sus exigencias la caridad cristiana a la que sus convicciones la impulsan. Tras pasar por el intento de integrarse en dos instituciones religiosas ya existentes, funda una «compañía» de mujeres, de sencilla y sobria vida que se dedicará a los más necesitados, no desde la abundancia de vida que lleva a ejercer la beneficencia, la limosna y, en definitiva, la caridad a los más necesitados, sin abandonar su posición ventajosa -como era costumbre en las señoras de altas esferas de la sociedad sevillana- para prestar ayuda a aquella otra sociedad indigente, en todos los sentidos, y más necesitada, sino a compartir estilo y condición de vida con aquellos que serán objeto de sus atenciones. En un momento histórico muy complejo y agitado de España, en 1875, funda la Compañía de la Cruz. Con tres compañeras más, Josefa de la Peña, Juana María Castro y Juana Magadón, inicia su aventura, en un modesto piso del número 13 de la sevillana calle de San Luís. Compañía que sigue viva aún en el día de hoy. El primer día se quedan sin comer porque los recursos que logran reunir lo dedican a los más pobres. El entonces Cardenal de Sevilla dispone que usen un hábito. Éste será desde entonces una estampa habitual y ya típica en las calles sevillanas y en las de los pueblos y ciudades en los que se irían estableciendo: bayeta parda con escapulario de la misma tela, grueso cordón franciscano, toca blanca y unas simples alpargatas como calzado. La zapatera de calzado elegante para señoras sevillanas, elige como calzado unas alpargatas. La comunidad crece en número y en cariño de sus conciudadanos. Se dedican a los huérfanos, a los enfermos, a los más necesitados. Y no hay epidemia en la ciudad a la que no se dediquen con olvido de su propia salud y poniendo al servicio de los demás, y a su cuidado y curación, la propia integridad física.En tiempos turbulentos para la historia de España, es tal el respeto y el cariño que le profesan los paisanos a estas mujeres que se dejan la piel y la vida al servicio del pueblo más necesitado que, cuando los avatares cercenan la vida de las religiosas y religiosos españoles por los acontecimientos políticos que se suceden, ellas son respetadas y el mismo Ayuntamiento republicano de Sevilla da su reconocimiento a estas mujeres. Respetan su acción y su dedicación. La autenticidad y la generosidad de la que -a pesar de las canonizaciones- seguirá siendo en toda Andalucía Sor Ángela, es reconocida y respetada. En 1932 fallece, pero hoy son miles las seguidoras de aquella zapatera sevillana, que siguiendo su ejemplo, pasean por las calles de Andalucía una figura y un talante austero, sencillo, generosos y alegre, y siguen sirviendo -como deseó y puso en práctica Sor Ángela- a los más necesitados. Un ejemplo generoso de mujer andaluza, que ha dejado, desde su parcela específica, una huella indeleble en nuestra historia.