
No es tan difícil hablar idiomas
Leyendo el artículo A vueltas con la titulación en idiomas de Miguel Fernández de los Ronderos publicado en la edición de enero de esta revista reflexioné sobre la preocupación de los alumnos que llegan sin el suficiente nivel de inglés oral como para conseguir fácilmente el nivel B2 con las pocas clases que le brinda la universidad. Como siempre, sus padres son los que tienen que echar mano de una academia privada cualquiera y rascarse el bolsillo. Otra vez. Pero ¿por qué el contribuyente no le exige cuentas a una Junta que se gasta al año 10.000 euros por año en cada puesto escolar estatal de nuestro dinero? Llegué a la conclusión de que ninguna empresa privada cuya gestión al año sea de 30.000 millones de euros, como es la de la Junta, se podría permitir no controlar si había cumplido los objetivos que se propuso. Y cómo usa sus recursos.
Porque la Administración, a pesar de tener en su haber fuentes de numerosos informes y actas de tipos variados (informes de inspección, informa Pisa, actas de evaluación), parece no ser consciente, aunque todos los demás lo seamos, de dónde se encuentra el problema o no se decida a actuar.
Se impone trabajar a la inversa a partir de esta necesidad de los alumnos en la universidad e incluir estos objetivos orales en las anteriores etapas de su educación y evaluar su consecución externamente. La inclusión de estos objetivos audio-orales en la selectividad, la única prueba semi externa y semi objetiva del sistema educativo actual capaz de arrojar datos fehacientes del porcentaje de alumnos aprobados por centro, profesor y asignatura, prometida desde hace años, nunca llega y por ello la oralidad del idioma cae en bachillerato.
El ministro de Educación propone introducir pruebas externas que puedan evaluar objetivos antes, parecidas a las antiguas reválidas de sexto o a las del sistema educativo del Reino Unido, uno de los países más democráticos de Europa. El estado británico examina a sus alumnos con exámenes nacionales estandarizados y externos al instituto en varias asignaturas y a tres niveles diferentes (a los 15, 16 y 17 años), que tomados al nivel superior, les acredita para poder acceder a una universidad. No es democrático, se aduce aquí, dividir por niveles de habilidades. Sin embargo, tenemos operativos mecanismos para redirigir al alumno a niveles superiores de enseñanza. Háblenle de desigualdad al recién licenciado en ingeniería que tiene que marchar a Alemania o a Inglaterra a trabajar sin hablar una palabra del idioma. Dividir es eficaz.
Por otra parte ¿es la Junta un buen gestor de sus recursos? Los recursos humanos tanto como los materiales se definen como ‘bien escaso’ en gestión de empresas. De este modo, si bien más profesores por número de alumnos mejora la práctica del idioma en el aula, la falta de más recursos como caja de Pandora de los males de la enseñanza estatal es considerada en nuestro cuerpo como la gran falacia: vimos cómo el despilfarro en ordenadores gratis para los alumnos de la ESO y en pizarras digitales que caían en desuso por falta de recursos para su mantenimiento contribuían frecuentemente más a la distracción que al aprendizaje. Resultaba más efectivo, a veces, el aula de ordenadores compartidos. Necesitamos optimizar nuestros recursos.
En cuanto a la calidad de recursos humanos, aún existen profesores de los tres niveles de enseñanza cuyo nivel oral en el idioma que enseñan es bastante mejorable. O su metodología y didáctica anticuada. Si el profesor no lo habla con fluidez, el alumno obtendrá un conocimiento pasivo del idioma, no oral. Nuestros alumnos de primaria necesitan más juegos, canciones y poemas en el idioma y más lectores.
Justo es reconocer el programa actual de intercambio europeo o Erasmus con que la Junta ofrece la inmersión de alumnos y profesores de enseñanzas medias en un país europeo, el cual requiere un proyecto previo que por burocrático se convierte en disuasorio. Pero, ¿por qué la formación permanente del profesor -incluso en idiomas- no puede ser obligatoria en vez de aún voluntaria, en su horario regular y en su propio centro para mayor efectividad?
¿Y qué decir del proyecto bilingüe o trilingüe con que la Junta provee de una inmersión parcial a algunos alumnos en varias asignaturas no lingüísticas? Alumnos seleccionados por sorteo, no por habilidad ni por interés; profesores a veces voluntarios y parcialmente competentes en la oralidad del idioma en que tienen que impartir filosofía, biología o CMC; que están mal remunerados por su trabajo extra y que tienen que financiarse su propia formación. Así es frecuente la pérdida de motivación de éstos y sus alumnos, que se acercan a esas disciplinas con poca habilidad para expresarse en el idioma y escasa ayuda.
El ejemplo de nuestro presidente en su primer encuentro europeo donde se le escuchó protestar “This very difficult!” tampoco nos inspira.
¿A qué espera nuestra Administración para aprender de la gestión privada?
Raquel del Pozo Cañas