
La feminización de la agricultura
Las mujeres tienen un papel clave en materia de seguridad alimentaria a pesar de sus limitaciones en el acceso a la tierra, los recursos y los mercados de los países en desarrollo
La mujer ha estado presente en la producción agrícola desde el origen de los tiempos. Ya en las ancestrales comunidades prehistóricas era ella la que se encargaba del cultivo de alimentos, al mismo tiempo que el hombre se ausentaba para ir a cazar. Posteriormente, y en paralelo al desarrollo de las sociedades, las guerras obligaban a los hombres a ausentarse durante largos periodos para combatir en el frente, mientras que las mujeres continuaban responsabilizándose de la subsistencia familiar. Y, a lo largo de los últimos años, las emigraciones forzosas, los conflictos armados y la aparición de nuevas enfermedades han determinado que las mujeres sigan manteniendo ese papel que durante siglos le había pertenecido. Aun así, el reconocimiento de esta profesión ha estado ligado a lo largo de la historia al género masculino. Una afirmación errónea y precipitada.
Actualmente, numerosas regiones de América Latina, Asia o África se caracterizan por poseer un porcentaje femenino dedicado a la agricultura considerablemente superior al masculino. Datos recogidos en 2009 por el Banco Mundial de Alimentos, la FAO y FIDA reflejan que las mujeres realizaban del 60 al 80% del trabajo agrícola en los países en desarrollo. No obstante, la compleja recopilación de datos sobre la materia no confirma esta idea.
Desde un punto de vista internacional, África subsahariana es la región en la que hay más mujeres que desarrollan su trabajo en el ámbito de la agricultura, registrándose en 2010 un porcentaje cercano al 50%. Seguida muy de cerca, se situaban determinadas regiones de Asia oriental y sudoriental, en las que ese mismo año el porcentaje estaba por encima del 45%. Así, en diversas zonas de Camerún casi el 80% de la actividad agrícola es desempeñado por el género femenino, en Nepal el 70% y en China, Burkina Faso, Nigeria y Zambia ese mismo dato se sitúa por encima del 50%.
Por otra parte, en diversos países del Cercano Oriente y África del Norte el porcentaje se situaba en el 45%. Este es un dato que ha sufrido un ascenso considerable desde 1980, cuando escasamente superaba el 30%. Por el contrario, Asia meridional es la región en la que el porcentaje se ha mantenido más estable a lo largo de los últimos años, situándose en 2010 en torno al 35%. Determinados países de América Latina y el Caribe, en los que las mujeres constituían más del 30% de los trabajadores agrícolas en 2010, es la única región que no ha mantenido la tónica de ascenso permanente, sufriendo una leve caída a finales de los ochenta de la que se recuperó a principios de los noventa.
Asimismo, el tiempo que las mujeres dedican a la agricultura varía ampliamente en función del cultivo y el lugar. Por ejemplo, mientras en Indonesia el 70% de las mujeres ejerce su labor en cultivos de arroz de secano, por encima del 50% lo hace en cultivos de canela joven y más del 45% en arroz acuático; este mismo porcentaje desciende en las labores relacionadas con el caucho de árboles jóvenes al 30% y el caucho de árboles maduros por debajo del 10%. Por otra parte, en Vietnam más del 45% se dedica a la agricultura de arroz, por el contrario de Bangladesh y Filipinas en donde las mujeres no llegan al 20%. Finalmente, en la República Dominicana el 30% se dedica al cultivo de tomates.
La conclusión es que ya sea como productoras independientes, como trabajadoras familiares o como asalariadas; de una forma u otra, cada vez hay una cifra más alta de mujeres que desarrollan su actividad productiva en el medio rural y su papel en la agricultura es cada vez más activo, ya que se hacen cargo de numerosas tareas como la siembra, fertilización, recolección y cuidado del ganado. A pesar de ello, el género femenino en este ámbito no recibe apenas reconocimiento y habitualmente se encuentra en una situación de subordinación respecto al hombre, bien por el modelo social predominante de estas regiones, caracterizado por la existencia de una cultura eminentemente patriarcal o por la escasa cualificación femenina.
Por un lado, la brecha salarial es muy acusada, ya que en igualdad de condiciones el trabajo femenino es inferiormente retribuido. Por otra parte, en muchos países del continente africano, la tradición y las leyes impiden que la mujer sea propietaria de tierras y sus derechos y libertades se ven restringidos habitualmente. Otra consideración de importancia que desequilibra la balanza de la igualdad, es la limitación de las mujeres a los servicios financieros y la menor cuantía de los préstamos que reciben. Todo ello, subraya la precaria situación de la mujer agrícola, determinan que se encuentre en una situación de desigualdad con respecto al género masculino y sufra importantes limitaciones en el acceso a la tierra, los recursos necesarios y los mercados, viéndose mermados los resultados de la producción desde un punto de vista general.
El Banco Mundial ha denunciado en diversas ocasiones el hecho de que las mujeres tengan una representación mayoritaria en el sector agrícola y, sin embargo, las políticas de desarrollo estén dirigidas casi en su totalidad al género masculino. La agricultura es una actividad decisiva en las economías de las sociedades no industriales debido a su importante contribución a los ingresos, al empleo y a la producción y no hay duda de que los resultados serían mejores si las mujeres no tuvieran que enfrentarse diariamente a numerosas barreras estructurales de accesibilidad a los recursos productivos.
Según la FAO, las mujeres de las zonas rurales, ya sea para autoabastecimiento, porque formen parte de explotaciones agrícolas o sean asalariadas de las mismas, producen la mayoría de los alimentos de consumo local, por lo que poco a poco se han convertido en una figura indispensable en el desarrollo económico de estas sociedades. La agricultura de subsistencia es desarrollada casi en su totalidad por el género femenino que tiene una importancia fundamental en materia de seguridad alimentaria en los países en desarrollo.
Pero la productividad de la agricultura seguirá viéndose mermada si los hombres continúan controlando la tierra, el dinero, el trabajo… y las mujeres no se ponen en valor. Es evidente que si tuvieran el mismo acceso a los recursos y servicios, la formación y la tecnología, los resultados mejorarían sustancialmente la productividad, descendiendo la pobreza y el hambre a nivel mundial.
Este es un debate permanente entre numerosos organismos internacionales que han solicitado en innumerables ocasiones medidas destinadas a mejorar la productividad femenina, una prioridad lógica de los programas que buscan el desarrollo del sector primario. Por ello, las instituciones son conscientes de la importancia de impulsar políticas que sean sensibles a la situación de las mujeres y se ocupen de las necesidades, intereses y limitaciones a las que se enfrentan, con el fin de dar respuesta a las necesidades de las productoras y empresarias rurales y así dar un paso más en la erradicación de la pobreza.
María Cano Rico