Margarita, tan cerca y tan lejos

Gloria BellidoGloria Bellido

Se llama Margarita, o eso le dice a la gente que se para a hablar con ella. Le gusta mucho pintar y rodearse de gatos, y por las noches duerme bajo el portal de una casa. En portales, resguardados bajo los puentes, sobre las aceras, burdamente tapados por mantas, cartones o periódicos, como Margarita, muchas personas sin hogar duermen todas las noches, en sitios a la vista de todos los que por allí pasan. Y, sin embargo, prácticamente no los vemos. Son como sombras silenciosas, rostros furtivos que tenemos alrededor y ni los notamos. Cuando de improviso fijamos la vista en ellos, una mezcla de pena y, quizás, algo de remordimiento por dormir todas las noches en un sitio calentito, nos hace apartar la mirada rápidamente. Posiblemente algunos se hayan preguntado cómo han llegado a eso; y si habrá sido culpa suya o de las circunstancias… E incluso, cómo nos sentiríamos si alguna vez nos viéramos en esa situación. Sufren de frío en invierno y a veces de hambre. Pero yo creo que lo peor es la soledad.
 
Para el frío están los albergues en los que poder pasar la noche y darse una ducha caliente, y para el hambre los comedores gratuitos, o alguna persona caritativa que les da algo. Pero, ¿quién les quita la soledad? Hoy en día, cuando pensamos en voluntariado, y voluntariado serio, del de verdad, se nos vienen a la cabeza valientes misioneros, médicos, enfermeros… que ofrecen sus vidas para marcharse a lo más profundo de algún lugar donde ha ocurrido un desastre, una guerra, donde a penas tienen agua potable… Intentan curar enfermedades, construir lugares para vivir y llevan alimentos y medicamentos.
 
Nadie respeta y admira a esa gente más que yo. Se van lejos de sus casas y se exponen a situaciones incómodas y a veces muy peligrosas. Son muy necesarios y hacen mucho bien allí donde van. Pero, por desgracia, no sólo son necesarios los voluntarios en lugares lejanos. Aquí mismo, en nuestra Andalucía, basta abrir un poco los ojos para darse cuenta de cuanta miseria hay, cuanta gente necesitada, cuantos enfermos o ancianos que no tienen a nadie que los visite. Menos mal que muchas organizaciones se encargan de estas situaciones mucho más cercanas territorialmente para nosotros, pero que pocas veces vemos o conocemos.
 
Y para todos los demás, los que no tienen tiempo ni ganas para hacer un voluntariado: muchas veces bastaría empezar por no desviar la vista bruscamente de esa gente cuando nos las cruzamos en las calles, y no olvidar que son personas, con nombre y apellidos, con una vida difícil y, quizás, con historias muy interesantes que contar. Y si podemos hacer algo más… ¡bienvenido sea!

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