Madurar
Llega el temido mes de junio para los estudiantes. Un mes en el que se fragua todo el trabajo de un año. En el que te arrepientes de no haber tenido más constancia, de no haber sido hormiguita trabajando poco a poco y cada día. Y en el que deseas con todas tus fuerzas ser mayor. Piensas que cuando seas mayor no tendrás las terribles preocupaciones de los exámenes, podrás hacer lo que te dé la gana y, como trabajarás y tendrás dinero en el bolsillo, no tendrás ningún problema. Al menos, esto es lo que yo pensaba en mi época de estudiante. Pero hoy día no hace falta llegar a la adolescencia para anhelar ser mayor. Nuestras hijas desde su infancia ya juegan a ser mujeres.
Cada vez a más temprana edad nos empiezan a coger los tacones, la ropa, algún pendiente, el perfume…; y las muñecas y los vestidos con bordado de nido de abeja pasan fugazmente por sus vidas.
Nuestras hijas participan ya desde muy temprana edad en el mundo de los mayores. A esto les ayudan especialmente los medios de comunicación, están informadas de cosas que nosotras, a esa edad, ni sabíamos que existían. Conocen el mundo de los adultos a través de la televisión mucho antes de ser capaces de experimentarlo por sí mismas. Y lo que ven, en general, no les agrada cuando muchas veces manifiestan no desear tener el mismo trabajo de papá o mamá, o cuando describen la ausencia de felicidad en los rostros y actitudes de los más grandes.
Aún así, este temprano acceso al conocimiento del mundo adulto y una mayor horizontalidad en el trato con los mayores les permite ser más críticas con lo que les rodea y expresarlo con la ternura y la profundidad que les proporciona su mirada sin el filtro de la hipocresía y la frialdad del adulto.
Al mirarlas me pregunto cómo me hice yo mayor, incluso, si yo ya soy mayor. No encuentro la respuesta. No puedo ubicarla en un momento puntual. Posiblemente haya ritmos diferentes en nuestro todo. Podemos situar en el tiempo cuándo nos hicimos mayores físicamente con aquella frase de nuestras madres de “ya eres una mujer”. Pero quién recuerda cuándo se ha hecho mayor mentalmente, cuándo ha madurado. Yo no. Puedo recordar y situar perfectamente momentos vitales que me han hecho madurar, pero sin duda alguna, me queda bastante por recorrer. Bueno, ya tengo más que aquellas personas que todavía no han madurado.
Por eso, repito, nuestro cuerpo y nuestra mente llevan ritmos diferentes. Nuestro cuerpo no nos pide permiso para llevar el suyo, no podemos evitar que nos salgan canas, arrugas o varices.
En nuestro proceso mental sí que somos juez y parte. Y es bueno seguir siendo niños, con su inocencia, su curiosidad, su vitalidad… Pero llevamos mal camino si seguimos siendo como ellos, egoístas, crueles, despreocupados, irresponsables, siempre queriendo llamar la atención como si el mundo girara alrededor nuestro.
Lourdes Otero