Fiestas populares
El mes pasado he tenido la suerte de vivir por primera vez unas fiestas tan especiales como son las Fallas. Aparte de pasear por Valencia y descubrir que era una ciudad mucho más bonita de lo que me esperaba, cosa que me pasa el noventa por ciento de las veces que visito por primera vez un lugar que no conozco, intenté disfrutar de todos los eventos relacionados con las fiestas.
En la primera mascletá me dio la sensación de que todo mi cuerpo temblaba siguiendo el ritmo de los petardos que silbaban, explotaban y echaban humo o brillantes estallidos de color. Asusta un poco notar como tu corazón y tu estómago empiezan a retumbar y sentir como hasta los cristales más alejados de la plaza del Ayuntamiento parece que se van a romper de un momento a otro, pero sin duda merece la pena estar allí y sentir a toda una ciudad vibrando a la vez, saltando y vitoreando al pirotécnico que ha creado semejante espectáculo.
También es muy especial ver a muchas mujeres vestidas de falleras, la fallera mayor acompañando a la fallera infantil con esos complicados y bordados trajes. Y cómo no, la conocida exposición de Ninot y la nit de la Cremà donde todas las fallas excepto una desaparecen arrasadas por el fuego.
Imagino que muchos de vosotros habréis vivido estas fiestas como yo y, ya que la fascinación por el fuego es algo bastante habitual, os habréis quedado observando el fuego que quema a las fallas o escuchando los petardos que se tiran por toda la ciudad, y entenderéis de qué estoy hablando.
Pero, aparte de todo eso sobradamente conocido, a mí hay algo que me ha llamado poderosamente la atención. Era muy bonito ver como, por todos los parques y espacios abiertos, muchos padres acompañaban a sus hijos de pocos años a tirar sus primeros petardos. Iban con sus mechas encendidas y los padres les indicaban dónde poner los pequeños petardos y cuándo apartarse. Esa conducta, que a muchos que no somos de allí nos puede parecer peligrosa, puede llegar a ser un momento más para compartir entre padres e hijos, porque, como todos sabemos, pocas son las conductas que son peligrosas y dañinas per se. La mayoría son buenas o malas dependiendo de cómo las hagamos. Estos padres están enseñando a sus hijos a hacer algo que acabarían haciendo de todas formas por vivir en Valencia y, sin embargo, al acompañarles, pueden educarles y convertir una conducta potencialmente peligrosa en algo divertido y con mínimos riesgos.
Es un buen ejemplo de no rechazar la realidad que nos toca vivir sino educar a los niños a sobrevivir en ella.
Las fallas han sido una gran experiencia, en parte también por la amabilidad de los valencianos que siempre han estado dispuestos a explicarme las tradiciones de las que están tan orgullosos.
Espero que podamos disfrutar también de nuestras bonitas fiestas populares de Andalucía y que los que nos visiten se sientan tan bien acogidos en esta nuestras tierras.
Gloria Bellido