Es de justicia
Cuando se nos plantea la pregunta de qué significa justicia, seguramente la primera respuesta que se nos viene a la cabeza es que justicia es darle a todo el mundo lo mismo. Pero si lo reflexionamos un poco, veremos rápidamente que eso no es del todo correcto. Yo creo que, independientemente de la ideología en la que nos encontremos más cómodos, la frase que mejor resume una concepción de justicia acertada es la dada por Marx: «exigir de cada uno según su capacidad y dar a cada uno según sus necesidades».
Afortunadamente, la naturaleza nos ha hecho a cada uno diferente. Nuestras capacidades físicas y mentales, cada una de nuestras aptitudes y características son distintas. Y esto sin considerar la educación que hemos recibido.
En el siglo XIX empezaron a surgir las ideas evolucionistas, como las teorías de Lamarck o Darwin. Entonces, algunos pensadores como Herbert Spencer, intentaron aplicar estas recientes teorías a los problemas sociales y políticos de la época.
Se quiso fomentar un laissez faire en la política, basado en la concepción de que si no se hacía nada por los más débiles, entonces la naturaleza seleccionaría a los más fuertes, lo que iría en beneficio de toda la humanidad.
Esto en la actualidad nos parece una auténtica locura, pues esta idea supone abortar cualquier tipo de medida social encaminada a ayudar a los más desfavorecidos. Sin embargo, algunas personas están poniendo el grito en el cielo con respecto a ciertas medidas tomadas a favor de la mujer últimamente.
Como ejemplo se me ocurren la ley sobre violencia de género que favorece claramente a la mujer o la ley de igualdad, con la que ocurre algo parecido. Parece que hay bastantes personas que consideran estas leyes injustas y las acusan de ser discriminantes. No se les puede discutir a estas personas que estas leyes hacen diferencias en cuanto al género y tratan de forma distinta a hombres y mujeres. Lo cierto es que hombres y mujeres son distintos. Por mucho que sus deberes y derechos en la sociedad sean los mismos, debemos reconocer unas claras diferencias que no podemos evitar. Y diferencias no significa forzosamente inferioridad o superioridad de unos u otros.
Es verdad que hay algunos hombres que mueren por violencia de género pero, nos guste o no, el número de mujeres que sufren de esa situación es inmensamente mayor. También hay que admitir que se deben escoger a las personas para un puesto de trabajo en función de sus aptitudes, pero lo cierto es que, ante dos personas con las mismas capacidades, muchas veces los empresarios no quieren correr el riesgo de coger a una mujer, que puede quedarse embarazada o que tenga hijos pequeños que necesitan de su particular atención.
Todas estas diferencias sociales son una realidad en sí mismas y quizás algún día, con educación y sentido común, se puedan acabar, pero, por ahora, son las leyes las que deben intentar paliar estas situaciones que pueden resultar desfavorecedoras para las mujeres.
Con esto no quiero defender que las leyes existentes no tengan fallos o que sean la mejor opción que hay, pero, desde luego, lo que no se puede hacer es dejar que la sociedad evolucione a su ritmo, hasta alcanzar la situación deseada. Las medidas son necesarias. Sólo hay que encontrar entre todos las mejores posibles.