Empleabilidad y flexeguridad

A menudo los paradigmas pierden su razón de ser con los tiempo y con la propia evolución de la vida; todos recordamos hablando de educación uno que decía algo así: “las letras con sangre entran”, y no se refería sólo al “esfuerzo” sino más bien algún cachete en el momento adecuado, que te ayudaba a centrarte en los estudios.
 
Claro que todo eso ha cambiado en los tiempos actuales, y no tanto porque la  violencia se haya erradicado, que más quisiéramos, sino porque en esta sociedad hipócrita dejamos que se manifieste de otra forma. Así despojamos de autoridad a los maestros, ya que los padres tampoco la tienen y, persiguiendo esta utopía de libertad, permitimos el maltrato psicológico, reventamos la naturaleza o también  se paga menos salarios a las mujeres, que no deja de ser otra forma, más sutil, de agredir sus derechos.
 
Pero yo quería referirme a otro paradigma, relacionado con la empresa y el trabajo, que es lo mío y, concretamente, a la realidad del “a mejor formación, mejor trabajo”. ¿Estamos de acuerdo? Siempre fue así y ahora mucho más, porque nuestra sociedad premia el conocimiento y/o los valores añadidos por encima de la simple presencia o el esfuerzo físico.
 
Me ha gustado especialmente el trabajo preparado por Elogos y la escuela de negocios IESE sobre la realidad de la formación española en 2009. Entre otras cosas interesantes, se dice que en un mundo marcado por la tecnología, la velocidad del cambio y la constante innovación se consideran “conceptos  claves” de un aspirante a trabajador, la empleabilidad, imprescindible para ser contratado  y la flexiseguridad, o sea la polivalencia y la capacidad de hacer varias tareas a la vez.
 
Confieso que me sonreía al recordar que en estas “competencias claves”, las mujeres llevamos  mucha ventaja desde nuestros ancestros, especialmente en la segunda, porque la multitarea forma parte de nuestra genética, nos multiplicamos con frecuencia atendiendo pareja, familia, trabajo, previsiones, administración doméstica e incluso relaciones sociales, integrándolo en nuestra vida de la forma más natural.
 
Pero detrás de esta esperanza como género, me  preocupa especialmente que desde el seno de la familia, la escuela y muy especialmente desde la sociedad, no hayamos sido capaces de inspirar estos valores a las generaciones que nos suceden, por ello, no es nuevo que las propias empresas no evalúen adecuadamente sus necesidades formativas, aunque tengan los medios.
 
Pero lo peor de todo sería el enorme “escepticismo” de los trabajadores aspirantes para invertir “su” tiempo en formarse  y el rechazo generalizado al  “reciclaje”. No pretendemos que haya cola en los cursos -aunque sean gratuitos-, pero por desgracia no existe  excesiva motivación para dejar de pertenecer a la categoría de “subvencionado”, “apalancado” o “mantenido”, obviando que con valores, esfuerzo y sobretodo actitud, desterraríamos la frase “es que no encuentro trabajo” y, a cambio, nos plantearíamos, “quizás, no busco adecuadamente, ni me preparo para que me contraten”.
 
Mª Ángeles Tejada

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