Aprender optimismo

Gloria BellidoGloria Bellido

En los últimos tiempos se ha puesto muy de moda hablar del pensamiento positivo y de los beneficios que tiene, a largo plazo, sobre nuestra salud.
 
Un término que se repite mucho en estos temas es el de optimismo y, cuando lo nombramos, seguramente a todos se nos viene a la cabeza alguna persona que lo represente a la perfección. Normalmente es gente que mira al futuro con esperanza, que tienden a pensar que las cosas les irán bien y que, en general, parecen felices y relajados. De hecho, los beneficios de esta actitud ante la vida se ven a simple vista. Sin duda, todos conocemos el polo opuesto y sabemos que las personas pesimistas no gozan de tanto bienestar psicológico como los optimistas.
 
Aún así, todavía hay mucha gente que opina que todo esto no se basa en auténticas evidencias que lo demuestran y que en realidad no merece la pena invertir nuestro esfuerzo en cambiar de actitud.
 
Pero, para convencerles de lo contrario, están los estudios realizados que relacionan esas dos disposiciones ante la vida, optimismo y pesimismo, con la salud. Todas las pruebas apuntan a que las personas optimistas tienes menos enfermedades o se recuperan antes de ellas. Si esto es así, ¿por qué no nos enseña nadie a adoptar una actitud más sana ante la vida? ¿Qué es lo que diferencia a los optimistas y a los pesimistas?
 
La respuesta más generalizada es que la principal diferencia está en nuestra manera de afrontar los problemas. Se puede intentar abordar nuestras dificultades de dos formas diferentes: atacando directamente el problema en cuestión o enfrentándonos a la emoción que éste nos produce. Curiosamente esta segunda opción es la más utilizada por las personas pesimistas y, en realidad, no sería un gran inconveniente si no fuera porque, debido a la educación recibida y a la sociedad a la que pertenecemos, estas estrategias centradas en la emoción en la mayoría de los casos resultan ineficaces. La verdad es que toda persona medianamente sensata sabe muy bien qué hacer cuando se le pincha una rueda mientras va en coche por la carretera o cuando se encuentra a alguien herido por la calle. Lo que quiero decir es que, cuando se nos presenta un problema que se puede solucionar, todos sabemos en general como actuar; pero, al contrario, nadie nos ha explicado nunca cómo afrontar una separación con nuestra pareja, cuál es la mejor forma de querer a nuestros hijos o cómo resolver una discusión de forma eficaz con nuestro jefe.
 
Nuestra formación emocional nos la tenemos que ir creando poco a poco, gradualmente, a partir de la experiencia y equivocándonos muchas veces antes de acertar por fin. Por eso, si bien la solución a corto plazo puede ser la de cambiar nuestras estrategias a la hora de solucionar los problemas, la verdad es que sería mucho más eficaz una buena educación en inteligencia emocional.

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