90, 60, 90
Llegó el verano y con él, además del calor y de las playas abarrotadas, las dietas, las cremas reductoras y anticelulíticas, por supuesto, y los tratamientos para, en 15 días, tener un cuerpo diez. Y sobre todo la publicidad, aquella en la que una chica, por cierto siempre escultural, se dedica a comer cereales integrales o un yogurt bajo en calorías para perder los kilos que le sobran. Y mientras tanto, tú te preguntas por qué no se comerá un buen puchero andaluz, que es al fin y al cabo lo que le hace falta. Cierto es que a todas nos gusta vernos bien en bañador, y quien diga lo contrario, miente. Ahora bien, ha llegado un punto en el que es tal la tromba de mensajes masivos, inalcanzables por otro lado y que tratan de desahuciar a la opulencia de nuestras carnes, que muchas no tienen por menos que acudir mustias y resignadas a chorrearse la grasa y hasta la salud a un gimnasio mientras cenan a base de zanahorias y piña. Ejercicio sí, pero con tiempo y constancia; tratamientos sí, pero con cabeza, mesura y buscando el lado placentero; cirugía bueno, pero con una justificación real y sin una distorsionada relación entre felicidad y aspecto físico. Porque es obvio que, al final, la belleza algunos quieren convertirla en una cuestión de tallas, cuando realmente sólo se trata de saber mirarse y mirar… como en el caso de Las Tres Gracias de Rubens.